El Loco de la salina

No existen ni los catalanes ni los andaluces

 El tema está de moda y la cosa que arde. A algún catalán, de nombre Mas o Menos, se le ha ido la lengua largando de los andaluces con una alegría que asusta, y los ríos de tinta se han puesto a fluir con más fuerza que nunca. Ya esto no hay quien lo pare.
Al mismo tiempo los ánimos se encienden encrespados y las cabezas se ponen calientes como los palos del churrero. Y aquí la gente no se anda con chiquitas ni paños calientes. Aparte de ponerle nombres (generalmente derivados de cabra) a quien habla mal de los andaluces, el personal se lanza sin paracaídas a colocarles apodos ingeniosos a todos los catalanes en general sin entrar en distinciones. Hay que añadir rápidamente que los catalanes nos ganarán en renta per capita, pero difícilmente nos van a poder superar en ingenio, que para eso Roma dejó en esta tierra un legado verbal tan fantástico, que a Cádiz se le conocía en todo el Imperio como Gades iocosa, que traducido en cristiano significaba Cádiz cachonda. Pero, cuando escucho a alguien hablar sin piedad contra los catalanes, se me ponen las orejas como escarpias. A mí que no me hablen de que los catalanes dicen muchas pamplinas. Eso lo harán unos cuantos (la verdad es que cada vez con más insistencia). Más tonterías decimos nosotros aquí en el manicomio y sin embargo todo el mundo sabe de qué vamos y nadie se espanta. Hay catalanes para todos los gustos.
Existe un grupo localizado de culés que por mucho que quieran no saben ni quieren salir de ese cascarón en el que los envolvieron desde su primitiva cuna. Han nacido así y tienen la misma fijación que los burros que venían antiguamente a la Plaza con las dos orejeras bien puestas para que no vieran más paisaje que el puro frente. Son los que siempre ponen sus puntos de mira en las vergüenzas ajenas probablemente para mejor tapar así las propias. No se sabe por qué, pero generalmente arremeten con sus afiladas lenguas contra los andaluces. No deberían olvidar estos señores que hay multitud de andaluces viviendo en Cataluña que, lejos de estar todo el día metidos en los bares, han contribuido con su esfuerzo a engrandecer la relativa riqueza de que ellos actualmente disfrutan. Debo decir en seguida que tampoco los andaluces existen. Los habrá que no salen del bar, pero también los hay que están fuera de los bares trabajando o buscando trabajo que es lo más seguro. Tampoco los catalanes están todo el día guardando la pela. Los hay que sueñan a todas horas con la pasta, pero también los hay que son desprendidos y generosos. Conozco a pocos, pero los habrá, estoy seguro. Por eso generalizar es injusto, además de peligroso. Al final y para evitarnos calentamientos de coco los metemos a todos en el mismo saco y a vivir que son cuatro días.
Lo mismo hacemos con los santos. Los hubo más o menos santos, pero los cogemos a todos y los celebramos de un golpe el día de los Tosantos. Idem de idem pasa con los muertos. Los hubo que no merecieron haber vivido, pero también se fueron para siempre los que nunca debieron haber muerto. Sin embargo los metemos a todos en un solo día y los celebramos el 2 de noviembre, es decir, a continuación de los Tosantos para más Inri.
Y para colmo Gregorio Peces Barba se mete en otro charco, precisamente en Cádiz, y dice que quizás nos hubiera ido mejor si nos hubiéramos quedado con los portugueses en lugar de con los catalanes. Iba a decir que no hay derecho, pero tratándose de una reunión de abogados, no es el término más feliz. Don Gregorio, si usted es forofo incondicional del Real Madrid, pues dígalo sin miedo. No hace falta echar mano al recurso fácil de tirar el merengue a ver a quien le cae. Por todo lo dicho anteriormente, creo que ni los catalanes ni los andaluces existen. Lo que existen son prendas que se salen del tiesto no por ser de aquí o de allí, sino por ser como son y por tener la guasa que tienen algunos. No todos. Afortunadamente.

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