El arte

Por el precio de la entrada de un concierto me compro la camiseta de Messi y, por el de un libro tengo para tres paquetes de tabaco.

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No es morirse de frío. Por mucho que algunos pretendan hacerse el gracioso, el arte, es otra cosa.
Y es imposible explicar todo lo que esta palabra entraña en cuatro líneas pero, en resumidas cuentas, casi que podríamos decir que el arte es trabajo, dedicación y sacrificio. Noches sin dormir, días encerrado en uno mismo, machaque constante. Un oficio que lucha encarnizadamente para que se le considere como tal, y no como un hobbie, una forma de matar el tiempo cuando se está aburrido o cosas peores. El arte se construye con las horas de esfuerzo sustentadas por la mera ilusión de hacer y practicar lo que uno ama desde pequeño. Sacrificar media vida a la superación personal, a hacerlo cada vez mejor para que el resto de las personas puedan disfrutar de lo que uno hace, a sabiendas de que lo único que se va a recibir a cambio es la sonrisa del que se divierte con nuestra obra, alguna que otra palmada de apoyo en la espalda y el humilde reconocimiento del trabajo bien realizado (¿Y para qué más?)

Bien es cierto, que son muchos los que se autoproclaman artistas, aprovechándose del aplauso fácil y de los palmeros de turno. Explotando, en líneas generales, lo subjetivo, la mancha abstracta, el trozo de cartón pintarrajeado, la lata enmohecida o los versos ininteligibles (pero repletos de palabras bien sonantes, claro). Sin embargo, para que ustedes lo sepan, el talento no consiste en hacer sentir medio gilipollas al que se molesta en echarle un vistazo a nuestra obra, si no todo lo contrario. Se trata de hacer disfrutar, compartir las cositas que se nos pasan por la cabeza con el resto del mundo, compartir, compartir.

Compartir.

A todos y cada uno de nosotros nos gusta leer un buen libro, escuchar el tema del verano o ver el taquillazo del año. Todos disfrutamos como macacos con estas cosas,  pero bien es cierto que son pocos los que pagan por estos lujos, y los que lo hacen, suelen hacerlo refunfuñando. ¿Quince euros un maldito libro? ¿Siete pavos por una película que dura hora y media? ¿Cincuenta por la entrada a una obra de teatro?

¡Venga ya!

Todo carísimo, claro que sí. Por el precio de la entrada de un concierto me compro la camiseta de Messi y, por el de un libro tengo para tres paquetes de tabaco. Faltaría más. Ya solo queda que le paguemos los pañales al hijo del pintor, que le llenemos el tanque de gasolina al músico o le compremos el papel higiénico al escritor.

No se equivoquen. El arte, no es morirse de frío.

El arte, por estos lares, es morirse de hambre.

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