El Jueves

Y mejor cuando Dios quiera

Se nos viene encima, más tarde que otros años. Y viene con el calor de la primavera, que es como nos gusta oírla llegar...

Se nos viene encima, más tarde que otros años. Y viene con el calor de la primavera, que es como nos gusta oírla llegar. Sin tanto estruendo de las discusiones de los minutos de otros años y con el pellizco en el alma que muchos tenemos desde el pasado Domingo de Pasión. Algo pasó en el Teatro de la Maestranza que nos produjo ese estado, bendito estado por cierto.

Ese pellizco tiene alivio. Sí, tiene cura. Ese pellizco se pasa en el momento que veamos a un nazareno cruzar ante nosotros. Cuando los dorados de un paso de Cristo o las caídas y varales de un paso de palio pasen sombreando las paredes de cualquier calle. Ahí, en ese instante, sea cual sea el de cada uno, la impaciencia que va sola detrás de la Cruz de Guía, hará que se calmen todos los males.

Será también el momento que recordemos cómo el tiempo nos ha hecho adultos, rememorando los años en los que éramos jóvenes que salíamos a la calle aprendiendo callejones y descubriendo la ciudad que nos legaron los mayores. Y toda una suerte de cotidianeidades irá acompañándonos durante los días que viviremos en la calle, llenando nuestra memoria con una hilera de oraciones con tiza de las de balde escrita en los mostradores.

Viene y nos atropella la Semana Santa y ya todo es punto y aparte. Las reglas más antiguas gritan en un libro abierto que Sevilla hace penitencia en la calle, donde desde hace siglos saca a las imágenes con la exclusiva finalidad de ejercer de catequistas llamando por los portales.

Sí, esta es la teología de la ciudad en una semana, que se saborea con las torrijas fritas con las mieles como ungüento. Es la semana de una ciudad auténtica y cada año nueva, una ciudad de capirotes colgados en las puertas de las tiendas.

Y cuando nos queramos dar cuenta todo habrá pasado en un tris. Sí, se nos irá la dicha de haber estado tocando el cielo durante unos días, en esta ciudad que es el único lugar del mundo donde al paraíso no se sube: se baja por una rampa.

Venga a decirme que el pellizco se les quita, el que nos dejó el pregonero el pasado domingo. Sí, vengan a contármelo cuando todo esto ya haya pasado, insisto en lo dicho, que pasará pronto. Casi sin que nos demos cuenta.

Ahora, con Dios como único protagonista de lo que pase, salgan a la calle y disfruten. Eso voy a hacer yo.
Y por cierto, esta columna de hoy, Jueves de Pasión, no va dedicada al Pregonero de la Semana Santa. Cualquier parecido con esta afirmación es pura casualidad. n

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