El Jueves

Tiberiades

Ha sido una experiencia difícil de definir. Se han unido sentimientos personales y colectivos, entre un grupo de personas que, mirando todos en la misma dirección, sabíamos a qué íbamos y qué íbamos a encontrar, aunque creo que ninguno teníamos claro qué íbamos a sentir...

Ha sido una experiencia difícil de definir. Se han unido sentimientos personales y colectivos, entre un grupo de personas que, mirando todos en la misma dirección, sabíamos a qué íbamos y qué íbamos a encontrar, aunque creo que ninguno teníamos claro qué íbamos a sentir.
Estar en un país que está viviendo unos momentos difíciles por la cerrazón de unos pocos no es fácil.

Hubo dudas en muchos antes de partir hacia Israel. Hay quienes optaron por quedarse, mientras que otros decidimos viajar, confiando en que el conflicto quedaba lejos de nosotros. No nos equivocamos y por supuesto no nos arrepentimos. Las imágenes que durante estos días mostraron los informativos han sido, durante la semana pasada, el desasosiego y la intranquilidad de nuestros familiares y amigos, los que sin saber qué nos podría pasar temían por nosotros, por nuestra seguridad y nuestra integridad. Lo que hemos tenido allí, a más de 4.000 kilómetros de distancia, difiere mucho que lo vieron en la tele.

Israel nos ha acogido y nos ha abierto las puertas de todos los lugares que teníamos programado visitar. No hemos visto nada que no tuviéramos que ver, nada que nos inquietara ni a nosotros ni a los responsables de nuestro viaje. La tranquilidad ha sido absoluta, salvo el día en que los jóvenes estudiantes de Jerusalén acabaron sus clases y como hacen cada año poblaron el cielo de la ciudad santa de petardos y cohetes. La intranquilidad al escuchar tal cantidad de explosiones a primera hora del día se convirtió en anécdota cuando los guías nos aclararon a que era debido.

Si cuento todo esto es por disipar las dudas de aquellos que tengan previsto, en un futuro, peregrinar hasta Tierra Santa. Si, es cierto que las cosas pueden empeorar, aunque también arreglarse con un alto el fuego definitivo. Pero a aquel país, a sus habitantes y fundamentalmente a los Franciscanos que custodian los Santos Lugares, les es muy necesario recibir nuestras visitas. Son una importante fuente de ingresos con la que no solo pueden vivir sino mantener las auténticas joyas que allí hemos visto.

Para un creyente caminar por los sitios que caminó Él es una experiencia única. Se podrá ser escéptico con determinados lugares o llegar a poner en tela de juicio que “algo” sucediera justamente en la localización indicada. Pero de lo que no hay duda es que, por poner un ejemplo, el lago Tiberiades haya podido moverse de su ubicación actual.

Y si lo miras con los ojos limpios, en un sitio como aquel, os lo aseguro, parte de ti se queda para siempre.

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