El ático derecha

Mis pensamientos vagaron por el Amor, la Felicidad, la Amistad…, y por todos esos sentimientos que hacen que el mundo funcione armónicamente

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La canícula veraniega aconseja desechar todo ejercicio físico, buscar el frescor de la sombra y dejar pasar el tiempo, que siempre deja una huella indeleble. También aconseja la meditación, ya que el cerebro es el único que no suda, ni aún trabajando. Como mi amigo Lucio se va de vacaciones, nos hemos despedido hasta septiembre que, cuando llegue, digan lo que digan, no todo será maravilloso. Añoraré “El chipirón colorao”, pero me consolaré meditando a la sombra de una carrasca.

Mis pensamientos vagaron por el Amor, la Felicidad, la Amistad…, y por todos esos sentimientos que hacen que el mundo funcione armónicamente. Vengo a recordar que fue Platón quién dijo que “el Amor es un divino arquitecto que bajó al mundo para que todo el universo viva en conexión”. Y Ortega y Gasset sentenció: “La inconexión es el aniquilamiento”.  Yo pienso que también lo es la desconexión de lo que siempre estuvo conectado. En el mito caldeo, según cuenta el Poema de Gilgamesh, Ishtar, diosa del Amor y la Belleza, al verse desdeñada por Anu, dios del Cielo y creador del Universo, le amenazó con destruir toda su creación suspendiendo por un instante las leyes del Amor. No es difícil deducir de ello que todo lo conectado por el Amor convive si imperan sus leyes y se respeta su reglamento que es la Armonía. Si no se acatan las leyes del Amor, desaparece la Armonía e impera el Caos, deviene entonces la destrucción y la aniquilación.

Por esos derroteros andaban mis meditaciones cuando, en el espacio envolvente de mi meditabunda cabeza, irrumpió un mosquito que, como atrapado por una fuerza gravitatoria, orbitaba alrededor de ella. Durante muchos minutos, para él siglos, compartimos el espacio común sin más inconvenientes, incluso me distraía ver sus piruetas orbitales. Pero he aquí que poco a poco fue creyéndose dueño absoluto del citado espacio y, con irritante frecuencia y ritmo, se acercaba y alejaba de mis orejas. Volaba acompañado de un silencioso zumbido que se volvía atronador e inquietante al acercarse a mí pabellón auditivo convertido en su “rompealas”. El insolente “tudesco mosco”, jugando con la etérea marea y rompiendo sus alas en mi playa auditiva, consiguió enconarme de tal manera que, soltando mi ira, le di un manotazo y acabé aniquilándole. El excesivo y excluyente Amor al espacio, ese que habíamos compartido amablemente parte de nuestra vida, provocó su inconexión conmigo y su aniquilación.

No necesitamos los españoles de ninguna Afrodita que amenace con suspender las leyes del Amor para desconectar lo conexo durante siglos. Decía Ortega que “los españoles ofrecemos a la vida un corazón blindado de rencor, y las cosas, rebotando en él, son despedidas cruelmente”. ¿Cómo no la inconexión española? Basta observar lo que ocurre en el ático derecha de esta comunidad de propietarios llamada España para percatarse de que Ortega formuló un axioma, no un teorema.

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