Mi vecino

Mi vecino entiende con dificultad porque maneja verdades más sencillas, la salida del sol de cada día y cosas por el estilo

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Mi vecino es un recién llegado de pueblo, allí se ha dejado cerrada casa de dos plantas y un huerto con gallinas. Ejercía oficio de albañil arrimado con un lote de tierras y una parcela de olivos que le rinde el aceite familiar. Plantearse si la decisión de este hombre ha sido acertada no sería muy prudente porque se trata de decisiones de derecho. Buen albañil sí es, y no le faltaba trabajo con tantos urbanitas con casa en el pueblo, de modo que su palustre alcanzaba un buen pasar. Quizás por esto, y por su mujer y la niña, aquí están. La renta de este piso allí le daría para un palacete y el otro día subió con que los vecinos de arriba le hacemos ruidos, y no le falta razón. No estaba yo en casa y parece que no marchó satisfecho con las explicaciones que querían hacerle ver que el ruido es cuestión subjetiva y que el pueblo malacostumbra al silencio. Tendría que admitir que ha sido un despilfarro abandonar aquello.
Es cierto, con estas paredes de cartón que ahora se llaman rasillas, la convivencia en la ciudad es un consenso diario entre vecinos. Oye, que mira, se oye la puerta del servicio y el bajante con tu  cisterna. Y la calle y los perros y el ascensor, todo es ruido. Es como un corral de vecinos pero en vertical. Así, el denunciante de abajo no repara en que sabemos lo mismo de sus intimidades y hasta  algunas cosas más. Sigo sin ver a este hombre y no sé si se acostumbra, pero tampoco me hago el encontradizo porque no sé qué podría decirle. Tendría que explicarle que los que faltan a la ley son los promotores de unas viviendas que deben ser dignas y no sólo recién pintadas, pero es seguro que no conseguiría que entendiera. De hecho tendría que decirle que comprar un módulo superior es lo único que evita que el de abajo se nos ponga encima y lo he comprado yo, y que sólo cabe resignarse. Los constructores y vigilantes de la ley se salen del derecho cobrando calidad sin darla. Así que tendría que convocar a empresarios, autoridades y técnicos y que ellos se declararan responsables, lo que es a todas luces imposible porque nadie se ha caído de un guindo. Nos va la marcha a muchos y preferimos apechugar a voces en el descansillo con la  gotera de la lavadora o bajar la voz para no publicar nuestro mal humor. Entretanto, si entras con tacones a deshora en la vivienda, puedes despertar a tres pisos entre lo alto y lo bajo de buena gente que necesitan el sueño. Pero los que construyen no van a estar pendientes de semejante fruslería, bastante tienen  con interpretar los planos. Insonorizar, qué tontería.
Mi vecino entiende con dificultad porque maneja verdades más sencillas,  la salida del sol de cada día  y cosas por el estilo. Se ha dejado los  sembradíos y los cartuchos con que perseguir a las codornices en la primavera; sólo se trajo a mujer e hija con la ilusión de mejores colegios, no le arriendo la ganancia. Cualquier día encontrarán que ya es tarde, habrán cogido ‘necesidades’ de civilizados. Otros conocidos por el contrario acaban de comprar una casa rural, hay para todos los gustos, y se van temporadas al terruño, ¿veis cómo no es nada  fácil? Parece frívolo pensar que se busca  cambio por hastío, pero en muchos casos se ve confirmado por las circunstancias; otras veces lo justifican necesidades apremiantes que no ven la luz. En todo caso cambiar de sitio es un derecho arraigado que pone a prueba la convivencia humana. Todos admitimos que la emigración es esencial a la naturaleza, recorrer la tierra en libertad. Será mejor que organicemos la integración por bien de todos.

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