Tenemos un problema

España tiene esencias como todas las madres y en eso consiste nuestra mitificación del amparo

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Nos han llevado algunos a la misma raya del precipicio; a ésa que no se atreven muchos a tocar en condiciones normales, pero que, si se pone nublado, se pisa buscando el chollo. El inmoral no quiere al semejante porque no quiere a España y la considera del que la conquiste con sus tropelías. En el guiso democrático éstos forman una espuma que conviene eliminar cuanto antes y los partidos que lo pasan deben ser sometidos a cuarentena. Nadie busque ventajas y el respaldo sea del común y todo esté bajo su seguridad. Eso es democracia y fuera de esto no hay forma de entenderse. Tenemos un problema.
España no es solo tierras y aguas, ni siquiera grupos de gentes; es concepto que se lleva dentro y se ajusta a cada corazón. Y no es palabras, por eso no hablaré más por definirla, pero tenemos conciencia que la soporta y anima. Y sentimientos. Y recuerdos de noches al fuego con tradición y nostalgias. Un problema tenemos he dicho y quiero recapacitar con mis gentes. ¿Puede haber quienes traten de sortear sentimientos con intereses? Generosas han de ser ambas partes, que no se vuela con un ala sola: con ambas y en igualdad, que no hay otra forma. España no puede ser si no es de “ser unos” y mientras sea; que se vaya el sin moral, sólo eso.  Un presidente no puede marginar a nadie y un pueblo entero no es malo sino engañado; son dos cosas firmes de las que partir. Eso, que se vaya si no, antes de desgajar el tronco, que odiar lo diferente es un atraso imperdonable y sentirse odiado roza lo maniático; pero teatralizar el odio con intereses es de tunantes, que es lo que debe quedar claro.  
Religión y política, todo lo amañamos y hacemos un pastiche a nuestro dedo. Somos verdaderos especialistas en dejar caer emociones en el guiso. Y las ocurrencias y la ironía y las bromas que adornan el ocio; todo se antepone en una camaradería estúpida que desmonta sensatez y lleva a la salida absurda. Otras veces malintencionada, que barre para adentro. En fin, que no cabe seriedad sin amenaza, disfrazada siempre de buenas formas. Habla de su trabajo del cual come su familia y acusa de culpables a los que han votado este ajo y no lo denuncian: debe marcharse, es lo más seguro y no tiene contestación su aserto. A otro presidente se lo decía el de turno desde la tribuna muy educadito, “márchese Vd., señor González”; está todo dicho bajo el sol y nada hay nuevo. Y los españoles no tuvimos culpa, que Vd. cobraba de responsable. Da la talla esa salida y conviene guardarla en un museo.
Todo esto nos lleva al problema que anunciaba: cómo limpiar esta ansia de quedarse con lo de todos unos cuantos. No es fácil, requiere hábitos arraigados desde la escuela y un orden de valores para todos y no sólo para los pobres. Estamos en peligro como grupo si no desmontan estas malas tendencias desde abajo los que además alardean de patriotas; la corrupción puede disolver la convivencia en poco tiempo. Este partido debe reconocer su debilidad y dejar cargos hasta renovar las filas en la honradez con su presidente a la cabeza; la confesión nunca desdora, es humana, y la sencillez devuelve el lustre de la inocencia. Todo menos culpar a los españoles por no haber denunciado, porque no es quién y le retribuíamos para que lo cuidara; viniendo a hablar en cristiano. Os deseo un giro y deis un recorte con humildad de hombres para libraros de la soledad a que se llega por ese camino. Soledad interior, la más triste, que no se comparte. Nunca se logrará apagar el rescoldo del sé fuerte enviado ni menos encontrar compañía en ese camino solitario elegido. Otros ojos están mirando y deseando como los míos el mal para el bien. Que vuelva públicamente como se ha ido, presidente.
España tiene esencias como todas las madres y en eso consiste nuestra mitificación del amparo. Sus faldas forman un trono de acogimiento y hasta el más humilde puede tenerlo y sentirse el más afortunado. No deseo a nadie que lo añore, y era mi mensaje en la escuela, a eso dediqué mi vida. El oro nos atrae, pero todos descubrimos un día que las palabras nos regalan valores más altos que han estado a flor de piel; deseo a todo hombre este hallazgo. Pero tenemos un problema: que el mal ejemplo de los de arriba cunde en el pueblo y es una mancha que se extiende y acaba dañando a los más frágiles. Más le valdría no haber nacido, dice lo escrito, y se queda temblando el cielo. Nuestra historia tiene altibajos y a pesar de ello nos inducen a brillar las madres que no han perdido el oficio. Eso se recoge en la escuela y, si la dividimos, se pierde. Pero siempre está claro el camino de retorno al redil y, si perdemos altivez, queda muy cerca. Es el único modo de salir del engaño, la humildad que dignifica a la política, y si no, es un címbalo que retiñe como dice el libro que nuestra cultura respeta. Somos en lo profundo sentimientos y palabras, que se dignifican mutuamente y llamamos España y a nosotros no nos podemos engañar; al contrario, se sentirá muy solo el que abandone esta senda que es estrecha y hermosa. Es que los demás son iguales, se dice. ¿Es que de verdad creéis que eso nos exime de quererla? Pero además no merece la pena, hemos pinchado el patriotismo.

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