Buena gente

Digo que en Torremolinos se da la buena gente, la dedicada a vivir, la más alejada del reloj o el calendario

Publicidad AiPublicidad AiPublicidad Ai Publicidad Ai

Yo defiendo que en Torremolinos hay buena gente. Y es un buen observatorio de la familia la enseñanza, desde donde la ves sin obstáculos y en su salsa. La escuela siempre ha sido un buen sitio, sencillo y serio, desde donde mirar sin prejuicios al hombre frente al niño. El freno del hombre es el mismo hombre y cada pueblo tiene familias que hacen de vértice y desde ellas se imponen los criterios, risas y tristezas, al común. Aquí no, aquí se improvisa cada vez y cada vez puede surgir el nuevo que prueba en más o menos tiempo su altura en la cucaña. Algunos han llegado a aguantar, pero finiquitan sin más cuando les llega. Quiero decir que se dan las redes sociales tal como en todos sitios, pero con ritmos muy distintos a veces, y otras casi improvisando, que hace equivocarse a muchos o al menos enseñar el plumero.

Quizás por eso los de aquí queremos mucho a nuestro pueblo. Porque no miramos el origen de los líos sino su tramoya, que es divertida muchas veces, como el propio hombre, y nunca hiriente, como la broma en la comida familiar. Quiero a mi tierra, pero Torremolinos está al lado y roza lo máximo, porque cabe en la acogida su estilo y desenfado. Aquí no hay ninguna rencilla añeja ni menos perdurable, porque nadie ha necesitado el odio para ser tenido en cuenta y en su lugar estaba la bonanza. Lo acogemos entre los lares familiares, porque la lengua marina de su oleaje integra y acerca dulcemente los fallos de los hombres. ¿Pues qué, no habéis observado nunca el rebalaje? Pacientemente el agua trabaja las arenas y con dulzura traza el escalón que separa en altura su influencia. Pero no hay agresión, solo constancia.

Torremolinos no cultiva familias que crecen infectadas ni pasan la mala baba de generaciones de Capuletos y Montescos, y se toman vida para bañarla en la soberbia y agredirla.  Antiguos pescadores y gañanes de molino acogidos a la caída de sus aguas; la modernidad sorprendió sus cauces moliendo la lenteja de un inocente “ceregumil”, aplicado al niño y al anciano. Hasta la industria llegó aquí amansada de humanismo y no hubo más porque no cabía más bajo el fiel de las tardes tan serenas. Este trozo nuestro está hecho para la contemplación, que no es actividad ni tampoco holganza: se trata de aspirar la vida en una gran pipa oriental en que se han conectado todos los aromas y vierten dejados al azar en el ánimo amañado. Vivir sereno, receptivo, sin precipitar la dicha ni agotarla: como debe ser para la acogida, haciendo sitio siempre y evitando el rechazo sostenido.

Cuenta un poeta andalusí cómo una tribu del macizo del Atlas, a la sazón inventores de la percusión, la encabezaban para entrar al enemigo, que se amedrentaba con el redoble; el Torremolinos de emigrantes regresados, utiliza tambores hasta con el Corazón de Jesús de las delanteras, que es persuasión exigente, pero nada cruenta: uno de estos días recorría las calles el mensaje dulzón de la promesa remarcado de cuero y herido de trompetas. Delicioso Torremolinos en que no persiste el hombre y tanto lo bueno como lo malo son pasajeros; sólo se asienta la templanza del agua y la luz.  De vez en cuando llegan gentes extrañas y recorren las pisadas ya hechas como removiendo lo antiguo y se vuelven a la nostalgia de nuevo. Es gran placer mezclar pasos con rutas sospechadas y adivinar puntos notables en la fantasía de la ruda historia.  Entre la geografía y su piel histórica se dio siempre una correspondencia no estudiada que dimensiona al hombre y lo cuestiona.

Digo que en Torremolinos se da la buena gente, la dedicada a vivir, la más alejada del reloj o el calendario, cercana a la confluencia de los mares y a la ruta del sol. Los que han acudido a los negocios o a la pillería son otros que se clasifican a su aire y no se centran con las mareas. Duran poco y sólo están a su ábaco; junto a la caja registradora toman el pulso y lamentan cada hora. Los más esperamos en el escritorio a que nos avise la tarde, poniendo su brisa sobre el hombro y la caricia amable. Otra cosa son los visitantes que llegan al aeropuerto: son países de alto standing que organizan a sus vástagos en libertad en el uso de sus vidas. No es jocoso sino trágico el comentario y la meditación sobre el joven en el pragmatismo. Educado a medida de maduro, que viene a ser lo mismo que respetarse para respetar o razonable para obrar en razón. La gran señal del hombre de hoy es la prepotencia y el gran olvido, la torpeza de donde partimos. Mide bien tus fuerzas en cada momento y úsalas para el bien, que es la forma de no equivocarse. Si se ha quedado perdida la juventud, esto que tenemos no es progreso, así de claro. Y habrá que pensar mucho antes de decidir, que está en juego algo muy serio: no debemos atraerlos al alcohol, lo digo rápido.  Vender es lícito y malvender es miserable, pero esto no cabe en Torremolinos donde estamos la buena gente, ya lo hemos advertido, y cooperamos con la familia y el buen tono.  Tenemos claro que sin juventud no hay futuro. Si alguien promete futuro sin juventud, no promete nada; esto supone echar cuentas a la educación en la que el mundo está bastante despreocupado. Pero ése es otro tema y no pequeño.

Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN