Lo que la mar no tiene

Caer en la cuenta del valor de la mujer es cuestión de educación y no digo más, que es bastante

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Los hombres estamos dispuestos casi siempre a crear ilusiones; tiene su ventaja. Si no, una niebla gris se apodera de nuestro ánimo y caemos en desgana, por lo que se puede afirmar que en la luz de la esperanza o en la tiniebla de la depresión se encuadra nuestra existencia por sistema sin casi otra alternativa. Ambas pueden salirse de quicio y a ratos resultar poco objetivas, por lo que será razonable aprender a sobrellevar de una manera racional ambos extremos. Para eso está la razón, para equilibrio, para reparto de pesos y contrarresto de situaciones que hagan un ánimo soportable: lo que llamamos felicidad “grosso modo”.


La naturaleza huye de la desproporción, de la discordia, del regaño si se me permite; en silencio busca unir desacuerdos, conjuntar actividad, afinar disyunciones. Sobre todo, cuida de voluntades y pasiones con las que se borda la vida como en cañamazo único y apreciable. A la mar fui a por naranjas, dice la copla, cosas que la mar no tiene; a pesar de ello, pruebo por si encuentro, aunque sé que no las habrá, así es la ilusión. Es que nos engaña sin engaño, ilusionados sin ser ilusos, y gozosos de la realidad en proporción: nos atrae más que el hallarlas, el sueño de su presencia en una realidad cuasi virtual. Ya lo decía la mística con el vivo sin vivir en mí, con lo que esperaba una vida más alta y con lo que conseguía morir sin morir. Nuestra mística ha desarrollado el lenguaje en tal medida, que suena a pobre el “ellos y ellas”, y no os lo toméis a mal los políticos, que yo creo y quiero la igualdad de sexos. Con el lenguaje no se puede jugar al escondite, es sagrada su evolución, ni con la diferencia de sexos, que también lo es, y en ambos se llega seguro a lo ridículo sin enterarte.


Caer en la cuenta del valor de la mujer es cuestión de educación y no digo más, que es bastante. Soy un defensor de la escuela pública en que el rico y el pobre estén en igualdad y el sexo no sea motivo de desunión; esto sí que es para largo, porque los conservadores españoles se mueven por tradición en un evangelio capado hasta el ridículo, que ha servido de armazón a una escuela clasista y desfasada como reacción a la reforma republicana. Esto le ha hecho retroceder no poco a la iglesia, que está pagando su entrega a una burguesía sin espíritu. Esperemos que reaccione con acierto y se compensen las clases sociales, contrarrestando la corrupción que domina así sobre la sociedad española. Nuestro cristianismo no puede soportar más tiempo un espíritu superficial y acrítico, sin jugo y sin entraña. Vengo todo mojadito, lo dice bien claro, de olas que van y que vienen; no podía ser menos y ahora hay que dejarlos en paz y darles tiempo a secarse, que una cosa pide la otra y no hay más que esperar.


Venceréis, pero no convenceréis, decía un pedagogo ilustre en ambiente poco propicio al juicio reposado, y acertaba en muchos muertos. La frase es célebre, pero quizás no definitiva para una tierra que está en la brasa e indefinida. Los países con excedentes se diluyen con injusticia y dan ejemplo a los malos sueños que engordan la desigualdad; se utilizan mal la autoridad y su contraria y ambas a dos aplican parches según convenga para salir el hombre por su tendencia. Qué difícil queda y qué pobre el porvenir de la injusticia que por fuerza conduce a la perversión. Está en una semejanza buscada, lo que supone una perfección de momento parece que inalcanzable. Algún investigador lleva al dilema de que la inteligencia y la religión son opuestas, o al menos incompatibles, en un hombre en plena evolución y búsqueda continua. Es un tema áspero que mantiene en vilo nuestras miserias y se presta a muchos y graves razonamientos. Y disentir es bueno, pero de ciertos temas es doloroso; es entonces cuando preferimos empanarlo en esperanza, como se hace en ciertas carnes, y hacerlas atractivas.
Se convierte así el más allá del hombre en algo atrayente que repele; en algo que fija la atención y centra la intención de eludirlo, o, por el contrario, recubrirlo de pan rallado y que aparezca tan atrayente como nuevo. Se les llama los novísimos al tramo formado por muerte, juicio, infierno y gloria, las cuatro situaciones que nos esperan tras la vida terrenal. Cuatro igualmente improbables que posibles bajo otras perspectivas, de las que no es posible librarse, como moscas fijas en la herida: a las manos se escapan ciertos insectos y más a los del alma. Otros dicen ‘no es cierto’, no hay para allá nada y todo son señales que se sueñan: ¿descansar tanto en tan poco y robar el sosiego sin fuste? ¿Y no completarse el orden por no tender a ningún sitio? Sería chusco cuando menos y al tiempo desusado; va contra la lógica y repele ver lo que no está y encontrar lo que no se ha perdido. ¿Mejor si afirmo que no hay cielo ni castigo ni juez justiciero? ¿O es más llevadero lo contrario si he de enfrentarme a la duda? Peliagudos se presentan los novísimos a católicos y difíciles de llevar al final; ¿es preferible un órgano que separa el grano de la paja, tal como ejecuta el cedazo en las harinas? Eso sería pragmatismo y se sale con su medida, no vale. Es mucho más serio esperar traspasando esta línea. Y más dramático. Y transcendente. Necesito y deseo coraje para correr esta aventura.
 

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