Llorar no es malo

No conviene tocar alegremente el sentimiento profundo, ése que es sueño y nadie lo revela.

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Cuando una serie de emociones confluyen en el llanto, éste puede ser noble si todo el proceso lo es. Unas lágrimas fingidas, como todo lo falso, llegan a ser perniciosas si buscan así engañar al desprevenido, pero las que fluyen de un sentimiento noble no tienen precio y honran y hermosean los semblantes de los humanos. Así, si se utilizan para el disimulo o en caso concreto, para la confusión, se mal usa una parte digna al servicio del lado torpe de los hombres. Una señora política de Madrid ha servido últimamente la ocurrencia de que en la política se viene llorado de casa, lo que aparte de lo pertinente del momento, puede envolver sorpresas que atañan a lo más puro y elevado de un discurso entre colegas. La política no es lo primero y siempre puede haber algo más respetable.

No conviene tocar alegremente el sentimiento profundo, ése que es sueño y nadie lo revela.   Ése que derrama lágrimas y es serio a pesar de todo, el que se toca con el ego y duele y se estremece. Hemos presenciado estos días un suspiro que muchos han supuesto falso y otros, indeciso pero noble. No lo sé ni me interesa especular sobre lo íntimo: con aquéllos se llega a la mediocre historia que nos cerca y envilece con saqueos degradantes a las arcas del pueblo y tras de éstos están las glorias guardadas en arcones reforzados que ya no airea ni la escuela. En la política no se llora; se alardea o se esconde y aun se porfía procurando siempre no ir por lo derecho para no facilitar camino al contrincante. Se engaña para tomar ventaja o se calla si es conveniente para no facilitar las cosas por eso de que sin luz tinieblas. Nunca ofrecer senda que facilite y tienda a lo derecho. Por eso a la buena política prestan mejor servicio los que menos hablan. Llorar, por lo que sé, da lo mismo.

Pero llorar, llorar, yo creo que no es malo. Desahogar nunca lo es y adornar con sentimientos tampoco. Otra cosa es liar el flujo de las cosas con distracciones o subterfugios, de tal forma que lo blanco aparezca gris y lo negro lo que más convenga. Pero, en fin, lo cierto es que, aun con su antigüedad, algunos trucos todavía son eficaces. Como llorar sin llorar, que parece que medio se contradice, pero ni una majita. Llorar casi siempre ha de ir en el bolso, como la barra de los labios o las pastillas del azúcar. Muchas veces lamentamos la propia torpeza, el amargo e inadvertido aguijón que escapa de la lengua, la fea frase que conmueve y ensucia al que goza de nuestra distinción. Todo un revuelto que al final del día todavía sobrevuela el recuerdo. Son nobles las lágrimas en estos supuestos y pasarán limpiando el alma, como la lluvia las hojas del rosal que luce en el rincón del huerto.

Esta mañana recordaba la nobleza de la madre que teme al futuro y cubre de tristeza sus ojos y su pecho; el llanto de un hijo porque tiene frío y la nieve se fija en la ventana. Pues dile que pase, se calentará, porque en este mundo ya no hay caridad; decía un villancico de mi infancia y ahora puede que pensemos en el calor de un corazón humano más que en las brasas. Hay muchas cosas con nobleza suficiente para las lágrimas en lo moderno; tantas como antes por lo menos y puede haber tantas suplantaciones también. Respeto a los que no creen que no estaba enterada, hasta parece lógico que no lo crean: lo que resalta es que hay una casta que se empeña en sobrevolar las demás cabezas y de servidores saltan a señores de la historia. Y se creen eternos y dicen que “no consentirán” que se opine contra ellos. Latiguillos del pasado que buscan sitio en el presente llamando la atención. Urge restringir el tiempo de los cargos y publicar la veteranía de cada uno en su hoja de servicios.

Llorad por vosotros y por vuestros hijos, dice el evangelio que dijo el Señor. No puede ser malo llorar, ya se ve, tiene su tiempo. ¡Cuántas cosas se pueden escribir de un suspiro! Yo no me atrevo a tanto y simplemente abro caminos que pueda seguir el que lo intente. Porque detrás de cada uno hay nobleza o corruptela y son las mismas lágrimas que se saben en la intención: las hay también de soberbia herida, de coraje, de rabia contenida. A los cristianos se piden de contrición que purifiquen el alma; es completo el abanico de posibilidades y yo lo he ordenado a la prisa y con carencias. Lágrimas, al fin y al cabo. Y por encima eso, la intención. ¿Qué pasos se siguen en la cárcel? ¿La celda da al fin con el alma desnuda? Los desequilibrios vuelven al ser buscando la raíz, os lo deseo. No debe ser poco, en la triste soledad, pensar años, día tras día, en la pared de enfrente; no puede compensar y solo se le ocurre a la frágil libertad del hombre que cambia un tesoro por lances de opereta. Sólo nos salva el miedo y en él está la virtud del hombre precavido; prefiero ser clarividente a llorón, como el gato que ve un metro más allá del hombre y, con otro de sospecha, queda por encima en cada lance. Las lágrimas, ésas sí admiten sospechas y, por lo que decimos, pueden falsear o adornar estados. Pues está esto para llorar, dirán algunos, y otros: no es para tanto, la mayoría somos justos y no vamos a permitir que se nos suban a las barbas. Nosotros en medio, como siempre ha sido.

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