Así cada día

Así quiero disfrazar el día a día y así, ni más ni menos, narro el drama, que no lo es, del vivir en emociones

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El desconcierto de vida puede acabar con la salud de las personas. Sólo tienes que observar la naturaleza y la verás ordenada y en su tino. Gracias a eso confeccionamos por años un buen calendario que hace de sujetador de vivencias además de publicar el nombre del frutero, que es un señor encargado de servirnos las naranjas de cada día; es como adelantar y hacernos la ilusión de que están las fechas en las manos, dominadas y fieles, en espera de su turno. Nada como ver en rojo El Corpus o La Inmaculada bien alineados y dispuestos en su estante. Cada población así se despierta y se dispone a cumplir con su día con una seguridad envidiable y en armonía con los vecinos, que ya es notable.

El almanaque fue buen invento y contribuye no poco a parcelar la insobornable diversidad que tiende a disipar al hombre de hoy y a mantenerlo ajeno. Estamos necesitados de conciencia del yo, de seguridad en nosotros, y el orden es un buen atado. Almanaque es palabra que llegó del desierto y alude a la caravana en final de jornada. Es alivio tener organizado el año en la seguridad de las conmemoraciones, como piedras en medio del cauce para transitarlo seguros: yo los conservo acumulados de varios años y me agrada sentirlos juntos al revisar sus notas. Pero, sobre todo, ya digo, el ver organizado el tiempo, que se acercan las fechas dispuestas, ver lo que viene en esta incertidumbre partida. ¿Tendremos alguna vez calendario personalizado hasta el último día? Es aspirar a dioses, y ése es siempre el pecado.

Somos un haz de espigas mal atado y cada una se acoge a su dispar. Las emociones en una vasija humana son las flores silvestres en el jarrón de entrada, que predican lo libre, lo tejido y lo cautivo como un chal de pelo de vicuña en una espalda joven.  Toda la belleza en el hombre está cautiva, en su alma y en el cuerpo, como cogida en condición; y la libertad está sometida a empeño y arrancada y otras veces forzada a la extorsión. Pero hermosa; como una flor de montaña sobre el abismo, como la grandeza del altiplano.  Las emociones no organizan la vida, pero la refuerzan tal como el fuego realza el sabor de los alimentos; en ellas templo el amor a mis hermanos y vivo junto a ellos el color de los días y distingo cada momento del siguiente y espero el atardecer que contraste con la noche y la mañana que le sigue. Gracias a ellas me saturo y amo y confío oportunamente en el tiempo que queda.

Yo un día me enamoré de la vida y en mi alma se inició un aprendizaje, el único y el que satura y se enciende: el arte de estimar lo que soy y lo que tengo, los que me han tocado en suerte y no otros si se acercan sin consigna. Esto suele suceder en la adolescencia si el proceso apunta   a normal. Todavía sigo en este empeño y procuro no pasarme en excesos ni en cortedades, que vivir es caminar por el filo con un equilibrio exacto de llegar sin pasarse y así es de sencillo. Ni he vivido en exceso ni poco, lo que Dios ha querido, que es lo justo y lo único que afianza al corazón abierto. Lo que Dios quiera es frase madura y siempre ha dado consistencia a espíritus       abiertos a los vientos de la navegación.

Cada día trae lo suyo, con creencias o sin ellas, con idealismos empujando o en realismo seco y agarrado al pie: las mismas cuestas hacia arriba o bajando, aquéllas en fatiga y éstas en falso equilibrio asistido de exteriores. Así quiero disfrazar el día a día y así, ni más ni menos, narro el drama, que no lo es, del vivir en emociones. Lo que Dios quiera, fue frase de mi hermano aceptando la sedación de la que no volvería; la acepto porque creó paz en su cara, con la que despidió esta vida y con esa paz llegó a donde quiera que fuera. Estoy hablando para todos. Digo que cada día trae su carga y es el mismo el sol y los mismos los paisajes que hacen de fondo. Y de verdad otros son los hombres con sus circunstancias y sus obras fijadas en el cañamazo del tiempo.

Estamos a mis años ensayando el final y emociona pensarlo. Pero no quiero cambiar mi ánimo si es todavía el que elegí al vivir cierto día; acabaré esta vida con él si no hay mejor, optimista y deseoso de esperanza. No depende esto de posturas sorprendentes; más bien de sencillez, de optimismo, de elegancia y no de barroquismo. Esta vida y la otra son sucesivas y la doblez es un fracaso; y la rimbombancia más. Pero el equilibrio nace del dominio racional y éste de la cultura: sabéis a dónde voy a parar. No hay cosa más sorprendente que un palurdo dando lecciones. Y suele hacerlo el que sólo tiene dinero. Líbreme Dios de ir enseñando los bajos dorados y los altos de seda; y de lengua tan fina que redondee todo haciendo florituras y lo deje más tuerto que estaba. Y de tontos y tontas, y aquí puede caber el distingo.

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