Más aprisa

Este mundo tendría remedio desde un centro humanista y aparece que no hay otro camino que el que señala y termina en la razón

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La apreciación del tiempo es la que nos engaña: si nos entretiene o hastía la espera, puede durar un mixto o una eternidad con su carga de aburrimiento. La subjetividad y el cúmulo de experiencias trasforman o invalidan la realidad; es muy conveniente desarrollar un buen hábito de revisión del proceso intelectual que lleve a una apreciación correcta de lo real sin concesiones. Las prisas son lo peor: los ritmos naturales señalizan y advierten y nada debe pasar de lo establecido si queremos tener garantías elementales de buen funcionamiento.  Así, la velocidad se convierte en el enemigo principal en este mundo superpoblado en el que hay que dar primero para dar dos veces. El ritmo cardíaco debe ser medida.

No abundan las plazas ni las oportunidades en una sociedad compleja, que le ha dado por investigar en lo mecánico, creando una cultura de lo repetitivo que ahorra tiempo y esfuerzo. Poseemos abundancia de productos mecanizados y al tiempo, paro de los ejecutores que sólo consiguen empleos en precario en una comunidad con desniveles. Una minoría que se impone a unas mayorías sometidas, ¿quién lo arreglará? Pero, eso sí, todo a ritmo rápido sin tiempo para el análisis ni menos para el sentimiento; el corazón está caído en la cuneta y cuando hace falta no está a punto, pero el hombre no es malo sino descoordinado. ¿Alcanzaremos algún día a ver este mundo razonablemente ordenado en que predomine el humanismo y la verdad se alinee dentro de él exultante? Un hombre, aliñado en la salsa de la razón y el exquisito postre caramelizado de la bondad, es mi sueño y lucharía sin descanso por degustarlo; todo busca unirse en esta zarzuela humana para sentirse dispuesto.

Este mundo tendría remedio desde un centro humanista y aparece que no hay otro camino que el que señala y termina en la razón. Razón y emociones parecen demandar las funestas emigraciones de las guerras, el desequilibrio de los pueblos, la lucha por la paz; ¿y qué es sino educación todo dirigido al mismo fin? ¿Y cabe de otro modo corregir estos extremos? Se advierte una época dirigida por el hombre y de la que no se saben sus nebulosos finales; pueden ser cercanos o perderse en los tiempos, no se puede saber. Y menos aún si sucederá otra en que el orden sea distinto o si un final rotundo se impondrá; todo es nebulosa, digo.  ¿Será prudente esforzarse por que continúe este humanismo ya establecido? ¿O será más conveniente darlo por pedido?  ¿No propondría el hombre avisado una asamblea universal de representantes responsables del futuro? Ojalá no estemos en una última oportunidad que tenga el humanismo sobre la tierra. Nada es descartable y no son especulaciones hechas sin fundamento; más bien nos cargaríamos con una responsabilidad horrorosa. No lo quiera Dios.

Hubo una época de afianzamiento del hombre que costó muchas guerras, hambruna y no pocas enfermedades. Esto dirán crónicas futuras que resumirán nuestras andanzas, ni pena ni gloria, y reflejarán el drama humano hasta que formó una especie que con su inteligencia conquistó a las demás y las organizó en la civilización. La tierra es fruto del humanismo y para otros creyentes es ‘a semejanza de Dios’ que es otra cuestión que nada tiene que ver en este tema, pero también es de interés.  Sí es importante que consideremos cuanto hemos sometido a reflexión y hagamos conciencia de su alta probabilidad y las nefastas consecuencias de este olvido. La inteligencia ha de servirnos de guía siempre en esta vida y es la única forma de final y de acierto; fuera de ella no hay salvación. El ser humano, con una inteligencia disminuida, se queda desconcertado e inútil.

Hubo un tiempo en que todo estuvo sin acierto y giraba a velocidad de caos y otro en que se avino a lo razonable y en estos términos comenzó la vida. En eso estamos, con tiempo para pensar y de querernos. La tierra arde a nuestros pies y su calor nos vivifica tanto como el sol que alumbra nuestros días y los cuenta. Nada es definitivo, más bien acabará en su día y todo lo perecedero está unido en este mundo invadido por el hombre y a ratos presidido por él: tanto cuanto logre mejorar su conducta tanto impondrá la bondad en la que se basa todo y se acabará extendiendo. El hombre sólo triunfa haciendo el bien satisfecho, de manera que todo es para lo bueno y nunca para el mal. Es conveniente elegir honestos para políticos y apartar a los corruptos si ha de funcionar correctamente el sistema; lo contrario todo lo enturbia y todo queda empañado. El problema más urgente del país es el de extirpar corruptos como si fueran tumores malignos y prevenir su invasión con determinación. Nada se puede hacer de provecho con ellos en las instituciones. Y cuidado con los que se disfrazan de corderos.         

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