Ejemplo

Los políticos y las ideologías pueden cegar el influjo de la educación, que nada tiene que ver con lo que son intereses

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El hombre induce al hombre y, si más encumbrado, mayor la influencia; sus obras son puras imitaciones, a veces para bien o para mal, de tal forma que el ejemplo es un punto notable del comportamiento humano. ¡Ay de los que escandalizaran a los inocentes, más les valía atarse al cuello una piedra de molino y arrojarse al mar! Pocas veces tan duro el evangelio. La imitación es un aliciente poderoso para sembrar el bien y por desgracia para alienar a esta sociedad, nada es tan eficaz. Si gozas de prestigio, cuida tu moral, que de seguro estás casi condicionando conductas, esa es la cuestión.  Creemos en lo que nos conviene, otro principio de oro; si ofreces ejemplo, lo haces en tu cuantía y en tu peso, que pone en marcha un cierto resultado y tienes sobre la espalda tal responsabilidad.

No lo especificaré, pero el mal ejemplo es eficaz en función de tu rango, del brillo de tu atuendo; e igualmente es estímulo para las buenas obras. Es muy importante hacer bien atractiva la virtud, así como escarmentar al vicio en viva imagen. Ciertas profesiones tienen adosada la carga de la ética y con ellas se asume este compromiso del ejemplo en la conducta: la enseñanza, pongo por caso, y sobre todo en las edades tempranas en que se absorbe como esponjas por parte de los alumnos. ¡Ay del que escandalizare!, se ha dicho también por el Maestro del evangelio. Pero vamos a decirlo de una vez en positivo: feliz de aquel que recibe buenos ejemplos de su entorno.   

No quiere decir que elegimos todo lo que se nos ofrece como bueno; aceptamos lo que nos conviene y, más en general, lo que nos fascina. Es por eso conveniente elegir en grupo y de   una propuesta en calidad; con un grupo en calidad de educación. Necesitamos de una seria autoestima que lleve a nuestra base seriedad de personas y al grupo una constante fe en las directrices que lo conforman. El ejemplo será el motor que moverá el ánimo como el gas al globo en medio de un sistema educativo fundado en optimismo y humanidad. El educador invita, convence o seduce hacia la superación; nunca con desplantes y amenazas y sí con un optimismo desusado en lo que se propone. Quitad de en medio al truculento y apartad del oficio al tenebrista que utilice la luz para el impacto que desequilibra la sencillez del espíritu adolescente. No hay peor desgracia para un colectivo que no valorar al maestro y ninguna ideología debe tratar de invadir la misión a él encomendada; muchos hurgan en la escuela buscando poder y desactivan sus resortes y desvirtúan su eficacia. Son responsables así de muchos males que aquejan a las sociedades.

Los políticos y las ideologías pueden cegar el influjo de la educación, que nada tiene que ver con lo que son intereses. Sus únicos valedores por derecho natural son los padres, que, si no están preparados para esta misión o se ven suplantados, puede que tampoco. La auténtica escuela es independiente y por encima de cualquier otra influencia; ha de conducir a lo sensato, lo noble, lo deseable. El verdadero malhechor es el que se opone a este alto oficio, lo tuerce o distorsiona: algunos están inclinados al mal y se toman este perverso trabajo que conmociona la sociedad en su origen.  Están contra el sentido común los que abandonan su obligación en este campo, los que se dejan llevar de vicios o desórdenes o los que alardean de díscolos sin remedio.  El padre es el mejor ejemplo y la madre la mayor influencia, que han de estar unidos con la escuela en común interés. El cargo público si no es ejemplar su conducta no merece respeto y debe ser desechado cuanto antes y, al contrario, puesto en homenaje ante los niños si lo merece su conducta.   

Pero sucede que a veces se trastoca todo en manos de los corruptos y no hay en la sociedad hombres íntegros que aboguen por su regeneración.  Años tristes entonces en que priman los lamentos y todo es desgracia. Conviene dar ejemplo continuo de buena conducta y de amor a lo nuestro y echar una mano en el voto a los mejores y apartar a los no aptos. Nunca como entonces se ve la calaña de cada cual, con la antorcha de Diógenes. La verdadera crisis es de hombres nobles, acogidos a los lados del camino para aplaudir la virtud y señalando con valentía al vicio para condenarlo. No estamos la mayoría llamados a las magistraturas, pero sí a señalar la vía que conduce a la honestidad: quizás es providencial repetir ahora las elecciones una vez más. ¿Ni siquiera esto nos hace descubrir a los tuertos? ¿Tan mal estamos de vista cívica? Es para avergonzarse si no damos con un final feliz. Y yo influido propongo pararme a considerar uno por uno cuántos de buena fe. Suficientes.

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