Como un Belén

El cuerpo aprisiona la vida y lucha por retenerla, ¿hay algo más dramático que el estertor de la agonía?

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Nuestros pueblos son como un belén y un belén debe ser como uno de nuestros pueblos, donde se han representado los componentes de esa sociedad: el rico y el pobre, el bueno y el malo como mínimo. Pero cualquier sociedad por pequeña que sea es más que eso, aunque no lo parezca; entre el bueno y el malo surgirá toda una serie de matizaciones que contendrá el conjunto en que se define lo humano, por ejemplo. Se hará así más diversa y más verosímil su realidad que acabará abriendo como fruta madura. Un belén es una monería de pueblo, tan completo en su esencia como calculado en su forma y ambos complementados para la justa admiración del rústico que habita en cada uno de nosotros: se hace necesaria la asimilación completa para su completa estima o su rechazo con crítica, según circunstancias.

No suele ocurrir que la ciudad se encaje en el belén ni éste se atreva a dar soluciones a su gran complejidad o cante su historia; es representación de vida sencilla, rural, y los protagonistas son las tendencias primarias de la naturaleza de los hombres. El pueblo acogido al trabajo y su disposición al servicio de destinos más importantes que han de influir desde la gran estrella de la noche: Noche Santa sobre vida honesta, grandeza sobre sencillez, luz brillante en medio de sombras, contrastes históricos buscados por la cortedad de aspiraciones. Hombre siempre en busca de entrar en sí mismo, de volver al principio al origen del piñón en que se inicia la vida. Así el belén es muestrario de profesiones y quehaceres elementales que acompañan a la vida aldeana en los primeros tramos y de relaciones sociales, serias y chuscas, tal el ‘caganer’ tan celebrado y conocido, o la pollada en dispersión más allá del vallado.

Pero a mí me encantan los belenes que se entretienen en ese tejido de relaciones sociales y en los que está presente la buena armonía. Es invisible, pero la paz se refleja en el panadero, en la lavandera con pañales tendidos o en el cántaro llenándose sin prisas o en el aguador siguiendo al borriquillo. Nada hay precipitado en este paisaje congelado de musgo y sediento de sol. Es verdad que la contemplación afecta a la emoción y remueve el sentimiento; nada más dulce ni más equitativo en la medida que brota espontáneo. Los juegos de los niños, como la realidad, son los que ajustan el entorno y hacen que asomemos nuestro interés de adultos confiados; el columpio en sube y baja consigue protagonismo al tiempo que los soldados en las altas torres trazan círculos tensos en su vela. ¿Veis cómo en el contraste se consigue el drama? Una vez más la inocencia acechada, el dios reducido a la dimensión humana, el niño como promesa de esta estrechez que se revuelve.

El belén lanza destellos de advertencia al que corta su campo de energía. El hombre y sus sueños son el temario y en el recorrido externo andamos todos los senderos. Es inevitable hacer simbolismos que se nos escapan en el aliento; la respiración es un lenguaje de urgencias puesto por el que procede para gritar sin palabras la angustia sin definir del alma. El cuerpo aprisiona la vida y lucha por retenerla, ¿hay algo más dramático que el estertor de la agonía? ¿O el ‘sueño profundo’ del coma sin signos externos de vida inteligente?  Desde las grietas de la cueva algunos han visto una cruz de ajusticiado y así lo cantan como símbolo. La esperanza va unida al drama en el corazón del hombre como el dolor y la curación. Qué echarás tú tan de menos en el cielo, se me podría decir en entrevista fantástica, y yo muy bien podría decir que el belén en cada navidad; esto ganándome la repulsa de los teólogos, claro está, a quién se le ocurre imaginar que necesitaría algo en el edén, pero me hace gracia pensarlo. El nacimiento es mi horma, la del mortal, de mi limitación y de mi colmo.

Y de mi aspiración en mi reposo. Hay unos tablares de pimientos que embelesan con su rojo y partidas de corderos blancos y rincones urbanos a la luz de un farol y un molino girando. Está todo cuanto apetezco con los ojos de niño, ¿por qué entonces mi traición con mis sueños de adulto? Mirando desde este extremo se recorre el belén por una calle interior que acaba a lo lejos; bajo ella pasa el río que se hace reflejo en el lago. Dentro llevo la geografía y la trama de una comunidad ideal como el belén. En mi fuero interno deseo que haya Niño que ilusione con verdad mi paisaje interior y lo riegue todo de estrellas. Y que a su luz vea cuanto se me oculta a la luz de hombre. Y a los que me rodean. Pero como somos libres, puede ocurrir de todo y así estamos expuestos en esta vida y el belén nos anima a esperar. La esperanza. Quizás sea la virtud más cargada de vida y de mejor expectativa. Yo encontré ilusión en este tramo de la navidad y en ella me recreo. Ojalá dure suficiente hasta que me encuentre. 

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