Cosas

Me he sentado a tomar aire. Es una avenida hermosa que se ha hecho centro de Torremolinos. La han cubierto de gestos.

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Dos cosas llaman mi atención. Abro mi internet diario y recibo el golpe de viento, dos videos con mis pastillas del desayuno: el uno sorprende, un bebé murciélago acaba de perder a la madre y se deja acariciar por el dedo de la científica. Gruñe satisfecho. El otro impresiona, otro bebé tendido en la tierra, un saco de huesos condenado por brujo y dejado a su suerte. Lo cuida la hermanita en contraste cruel y escandaloso. El bebé humano y el bebé murciélago tan trágicamente unidos en el esquema del ser vivo.             

Así empiezo este día de mayo, caluroso y sin fondo, de pinceladas de espuma contra el ocre de la arena y recortes de vencejos en la calleja de las cuatro esquinas. Es dulce la mañana y reluciente de sol y afilado el chillido de estas aves, que sube del mismo desierto. Me he parado muchas veces a oír el trasfondo de la tarde, que ahí está abierta, aposada en el polvo, como en la cómoda antigua la encimera de mármol. Las cosas se sacan tirando y dejándolas exentas; y este paso de grupo a individuo porta el drama personal del ser humano y su soledad marcada por simples cortinajes que nos recortan y aíslan. Un niño así, acosado de brujo y abandonado a su suerte, no es sino la maldad que aflora y estremece en su más puro estado, perversa. ¿Y podemos encontrarnos con ella sin pensar, en pura sorpresa? ¿Al volver de una esquina? Las palomas ya no se arriesgan en vuelo rasante, compitiendo con vencejos en pura locura, y miran desde arriba en los resguardos. Dicen que éstos duermen en vuelo, sin patas. 

Nuestra conducta se arma en cada instante y en el siguiente cede para repetir lo mismo, como el baile que encabeza el tamboril. Esto parece más real y no sublimar nuestra trayectoria en los astros que se pierden en lo inmenso. Somos puro tamboril que se pliega a la masa, que se acopla, se ciñe, se estremece. Subirse es desacomodo, salir de madre y perder la flauta que nos lleva juguetona por parajes más propios.  Hoy hace un sol que carga el ambiente con un zumbido más denso que de insectos, que sigue cuando éste termina y por fuerza está más hondo. El que queda si todo cesa y cesa si nos rodea y otro tal que no vemos. Debe ser el zumbido de la vida, el más elemental, el que sigue al final, después de todo, y sirve como recipiente tal que no se extinga. Sin él todo acaba y en él comienza todo.  

Me he sentado a tomar aire. Es una avenida hermosa que se ha hecho centro de Torremolinos. La han cubierto de gestos. Produce alivio una pila de libros realistas que acogen a un Don Quijote hecho girones con ánimo perturbado. Es curioso el contraste de caras de los que pasean ajenos al caballero, incluso al alma desgarrada de la visión. O de otras que aparecen caídas de la garra o del pico que las devorara. Cervantes escribió de este personaje en carnal recelo y alguien publica su interpretación. Las gentes se revuelven y toman el café no lejos por no perderse. Pero no dramatizan y aun parecen lejanos al intento. Llegar hasta el espíritu del hombre de hoy no parece fácil porque no lo es seguir el camino tras sus huellas. Y ni siquiera parece posible alcanzarlo con el pensamiento. ¡Qué soledad la nuestra si miramos despacio! Tan solo conseguimos paquetes de ideología para entendernos, pero nada persistente en el peregrinar. Todo es relativo, pero suena tan cruel que lo borramos; nada tan dramático como la igualdad que intenta sacarnos y nos entra.

Vuelvo a recordar el bebé desechado por brujo. Bajo las chozas de la selva se agarra como un cardo el miedo y la ignorancia y salen por el mismo agujero con el humo. ¿Podremos algún día separarlos los tres como en las viviendas civilizadas? ¿Y conseguido, se habrá superado algo definitivo en la cultura del hombre? No me atrevo a contestar por si me paso ni a callar por si me quedo en medio con lo triste que es jugar con la esperanza. Opto por el café en la mesita de sillas blancas poniendo cara amable con los comensales. ¡Qué agradable la vida salpicada de ocio, sin ahondar, apartados de todo y cargando a la espalda con disimulo! No es difícil ni lo es untar todo de miel de cara amable y vivir como si fuera. Una conversación normal en una vida normal y los miedos hechos normales sin estridencias. Así, sí, todo puede llevarse sin dar fe de nada y ordenado todo como se debe. Amablemente, que todo está establecido bajo una gran cobertura que se llama discreción. ¿Y será ésta suficiente para la autenticidad? ¿Pero que nadie nos va a pedir más? ¿Y tan mal informados estamos en esta realidad que todo puede ser y nada está seguro? ¿Quién aceptó y quién otorgará? Todo está revuelto, ¿qué luz nos guiará en esta dramática tiniebla? Son muchas preguntas y sólo una razón y una fe para la respuesta, ese es el dilema.  Mi final es esta hoja, se trata de contar cinco líneas y luego cuatro.

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