Del hombre y otras historias

Parece que la vigilancia es consustancial al hombre civilizado y que la seguridad está al alza en función de la técnica y el miedo a la complejidad.

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Hace ya mucho tiempo, recién llegado yo a Torremolinos, que me comentó mi vecino después de visitar un moderno país: Una maravilla, hasta tienen cámaras de vigilancia en las calles. Esta mañana me recuerda esta anécdota una amiga que ha ingresado a su hijo para que curse bachillerato en un centro modelo “lleno de cámaras de seguridad”. Allí no se andan con chiquitas, dice, es un buen colegio.

 

Parece que la vigilancia es consustancial al hombre civilizado y que la seguridad está al alza en función de la técnica y el miedo a la complejidad. Hay una distinción notable entre las dos anécdotas, seguro que lo habéis notado: aquellas cámaras actuaban en la calle y las segundas buscan al hombre en su mismo recinto de educación, el colegio. Pero ambas se mueven en un medio común, la estupidez de un hombre medio, vecino o madre, que no aprecia los valores fundamentales como el que hemos dado en llamar libertad. Pobres de los que han luchado contra la tiranía o de los que han buscado la paz de la conciencia que da el encuentro con Dios en los claustros. Ambos estados son dignos de respeto, pero ahora hace falta un hombre que sepa respetarlos y puede que amarlos.

 

¿O es que es una patraña todo lo que llevamos hecho para la civilización? ¿Eran sólo palabras de buena intención que dejaron perdida a una buena   parte de la humanidad y ahora salen a cuento? Da que pensar y este pensamiento nos puede llevar a pesimismo. Compartir es algo en lo que no ha entrado nuestra civilidad y a veces da impresión de que estamos más cerca de la manada que se disputa la carnaza enseñando los colmillos. Pero   las cámaras del colegio suenan más bien a jaulas que a educación, no sé si lo veréis así. Yo llevo diciendo bastante tiempo que sin sentimientos no evoluciona un niño en sus posibilidades ni puede marchar la sociedad sin una censura moral que lleve cada individuo en su cabeza; se hace ingobernable si no. Pero esto sólo se logra en libertad.

 

Y esto lo consigue únicamente la moral religiosa que los rectores de las   iglesias han dejado perder en una candidez de narración que el hombre de hoy no traga. ¡Si todavía muchos seguís ofendidos del evolucionismo contra el muro de la ciencia, abates, y, peor aún, no sois santos y llenáis las doctrinas con vuestra mediocridad! Tenéis que veros reflejados en la sociedad y dejad de llamarla culpable. Me salgo fuera solamente por darle más énfasis, pero, sí, el problema es de todos y me lo aplico. Pero no sé algunos qué habéis ido buscando a la religión, que todavía la seguís considerando como escalera social. Un pastor no es ya hoy una vida en puro disimulo sino un foco de luz que necesita la civilización. Inteligentes y santos, así os demandamos.

 

La sociedad está enferma, decimos, y no es verdad. Simplemente algunos se han apoderado de ella para atesorar y nos moldean para conseguirlo. Pero las posibilidades del hombre siguen estando en espera como siempre. Para eso dejad de admirar a los poderosos y volved a lo auténtico, porque   vosotros, padres, moralistas y maestros, tenéis el hilo en las manos. Tirad y se elevará la cometa de la dignidad humana. Sólo eso se necesita. Nos hace falta un líder que nos actualice a todos al tiempo, sólo eso. Entretanto, preparemos los caminos con la reflexión; nos oponen cámaras y nunca aprenderemos a ser libres. Sólo por la vereda del pensamiento honesto.

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