España no puede

Toda esa resignación se va convirtiendo en resentimiento que tarde o temprano puede salir a la superficie.

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Lo diré pronto, que quede claro: no puede soportar este país la carga administrativa que se le ha echado encima. Lo demás es cuento chino que se traen algunos tratando de continuar los privilegios;  el hombre medio no acepta la desproporción de sueldos entre un funcionario y un cargo meramente político. Ha habido una suplantación de funciones y ahora mismo está duplicada la misión del funcionario y el arribista que llega por medio del dedo al cargo consultivo. No es fácil desentrañar ahora lo que es necesario y lo que es amiguismo o compromiso. Lo que sí se sabe, porque se ve, es que España no puede con esta carga a nivel de partido, de cargo, de enchufe y de sueldos sin tino y sin sensatez. ¿Es más importante el político que el trabajador, el votante que el votado, el administrador que el administrado? ¿Pueden darse esas remuneraciones tan discordantes entre unos y otros? ¿O puede volver a confiarse en las manos de cualquiera sin ningún tipo de controles? Estos desvaríos entre vivir y ser un vivo son suficientes para distorsionar el orden democrático y devaluar los valores de igualdad a que tienden las libertades. Desenredar el ovillo es todo un desafío.

 

Necesitamos alguien que se dirija al personal y diga tú y tú, y tú también, sobráis en la trama de cargos y os volvéis a casa a lo que dejasteis. Pero si no dejé nada, dirá alguno mirándose las uñas y en voz baja. Lo peor es dónde está ése que señale de esta forma y aguante la mirada si el otro porfía y contesta que no es como dice. Lo veo difícil y que se quede el ruido dentro del sagrado de cada partido y no haga romper ataduras que sostienen el tinglado. Porque desde luego es verdad, si se inquiere por qué éste sí y éste no, que no hay razones que puedan convencer a muchos. Ser más civilizados es ser más tunantes y conocernos todos en este ruedo ibérico donde se dan suelta toros muy viejos y resabiados. No hay medios de esconder la biografía y de poner a buen recaudo nuestro historial, que no nos señale. La votación no soluciona todo.

 

Habría que buscar fórmulas válidas para la ocasión, que el ordeno y mando y otras por el estilo son estribillos desafinados que no cumplen con su misión. Más bien volver a  reimplantar con nuevo vigor la diferencia entre elegido y probado. Hay que volver a la honestidad, al orgullo de sentirse hijos de un país que nos aparece limpio y hermoso. En este sentido tienen más obligación los que en proporción más alta dignidad representen dentro de su organización social. Ay, Ramonete, hijo, que no tengan que decir nada de nosotros: conviene implantar de nuevo esta moral del ejemplo que usaba en su cuento Gabriel Miró. Hemos tenido ejemplos que, por el contrario, han sido devastadores ante los gentes sencillas, y la moral hay que defenderla en común  Los partidos políticos tienen que hacer una reflexión profunda sobre los pilares de nuestra sociedad y su responsabilidad en lo sucesivo. Aunque ellos solos no bastan para corregir lo que ya ha llegado al fondo de esta sociedad de creyentes.

 

España no puede soportar el gasto, sin miramientos de sensatez, que supone el meter todos las manos sin criterios de bien común, sin tener en cuenta a una parte que siempre soporta el despilfarro de los demás. Toda esa resignación se va convirtiendo en resentimiento que tarde o temprano puede salir a la superficie. Cuando el mal uso se extiende desde arriba, desaparece cualquier idea positiva y se convierte en habitual el espíritu ruin que acaba con cualquier aspiración noble. Es verdad que no puede darse en ese ambiente el amor verdadero a España aunque aparentemente se defienda con calor. Estamos en muy mal momento y es necesario que se pongan en marcha las vías de seguridad que otras veces de caso extremo han aparecido, aunque yo no creo sino en el amor sencillo y puro que crece en el trabajo diario con la honestidad. Es un llamamiento otra vez a los buenos españoles que se abracen al ascetismo de la honradez.

 

No están haciendo bien los que mienten para esconderse, los que quieren tapar conductas hablando mal de todos y nunca confesando sus culpas, desde una plataforma de falsa dignidad muy habitual entre ciertas clases que no andan por lo derecho. Ni las falsas modestias ni los disimulos; más bien la vida normal que a cada uno convenga por su condición social, sin resentimientos ni odios fomentados por recuerdos. Sólo nos hace falta el optimista basado en el espíritu tranquilo que respeta el recuerdo del pasado y hace por mejorarlo, sabiendo que la patria es la tierra que todos pisamos y antes lo hicieron los que la trasmitieron. Sobre todo esas montañas azules que se levantan por delante a donde conducimos a nuestros hijos en justicia. Lo demás es egoísmo huero.

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