La providencia

En nuestra convivencia cuesta instalar el sentido del bien común que compense el afán desmedido de medro personal.

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Yo sí que creo que Alguien a ratos se ocupa de que este mundo funcione ajustado a razón. Todo no es un revuelto sin sentido que sorprende al bueno y saca de quicio lo justo sembrando la desesperanza en el corazón sintonizado. Cada sociedad tiene sus principios y tradiciones que dan consistencia a una estructura moral que a unos los conduce y a otros los provoca en el comportamiento. Es condición humana y no hay por qué extrañarse ni menos desesperar; acomodarse es lo razonable y procurar la sintonía con los demás que manda la convivencia.

Sólo dos posturas de ciudadanos me repatean y procuro luchar contra ellas con ahínco  en lo poco que la posición social me lo permite, claro. Una es la de los que se aprovechan de la organización y aprenden a manejar los hilos del talante humano para lucrarse. A veces lo imponen y a ratos lo disimulan, pero en ambos surge una casi no buscada organización de ayuda mutua en el oficio clandestino. Se da mucho en la política que  supone un culmen social, léase democracia, y recuerda las enfermedades vasculares en una sociedad bien nutrida. Unos partidos son más propensos que otros pero todos están expuestos al dar rienda suelta a buscar votos. Lo que importa es ganar, se dice, cuando importa servir al común en buena disposición.

En nuestra convivencia cuesta instalar el sentido del bien común que compense el afán desmedido de medro personal. Muchos disfrazados de prohombres  crean vergüenza ajena con su comportamiento desvergonzado que nos ha dado fama en el continente. No dejes apartada la bolsa que el de mejor discurso te la birlará en un descuido. La práctica política no está demasiado acreditada en la piel de toro, hábitos sin duda que vienen desde antiguo en los mentideros que dieron lugar a nuestra picaresca. Siempre alrededor de un imperio las ideas sublimes crean una conducta paralela de contraste:      ahora que se ha instalado una buena voluntad de respeto y libertad, quedan al descubierto los cenagales pasados. ¿Para qué crees que he venido a la política?, decía alguno en conversación privada enseñando intenciones tan natural.

Debemos reflexionar sobre el ombligo en lugar de enfadarnos con Europa. Nuestros hábitos dejan mucho que desear y vemos tan natural que un partido, o incluso una familia, intente dominar la administración de unos JJ OO buscando lucro. O al menos así lo interpretan los que ya tienen experiencia, que viene a ser lo mismo; un afán desmedido puede dejar fuera las vergüenzas. Lo que queda claro una vez y otra es que necesitamos cuidar más las formas ante nuestros socios, que la intención de conducta es problema interno de educación colectiva, a la que tampoco prestamos mucha atención. Moral del común, es la que define y prestigia de verdad.

La segunda es consecuencia: el pueblo desquicia su moral ante el ejemplo de unos pocos. Si el abad juega a las cartas, ¿qué hará la comunidad? Aprendamos a valorar y   seleccionar la virtud, no permitamos que los mediocres se impongan. El prestigio de los Pedro Crespo estaba en el carácter, no lo recibían de la riqueza. ¿Dónde se fue eso? Dignidad de conducta, lo demás es filfa, eso ha sido y es España. Necesitamos leer a los clásicos para divertirnos con el fútbol, hasta de él hacemos un interés. El deporte está basado en cooperación y esfuerzo, la dignidad de la persona. Es nobleza jugando a competir, entonces es un símbolo patrio. Si tenían asegurado el voto con los cincuenta,                                                                     ¿a dónde iban los trescientos figurones? Son noticias de prensa, ni quito ni pongo. Y al que dijo que España tenía otros problemas más graves no se le contestó, ¿por falta del dominio en inglés? También está en los periódicos. Dios, qué ridículo para los que nos  quedamos en casa. Los que fueron ya buscaron acomodo digno de su rango. ¡País!

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