¿Qué se discute?

No se discuten valores sino sitio en el poder bajo un pequeño baño de ideología, ni muy clara ni muy comprometida. Sólo ascender, sobresalir, egoísmo.

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La derecha y la izquierda no se entienden, el hombre no se entiende. Y se alía para presionar desde partidos, no siempre lógicos, o en posiciones no siempre racionales. Yo me desanimo cuando observo que la doctrina adoptada por uno no es más que la opuesta a la del otro. ¿Tiene una lógica seria que los conservadores penalicen el aborto y después escatimen ayuda social a las madres? ¿O que las izquierdas condenen a una pobreza de dignidad a hombres perdidos en una sociedad sin libertad individual? La sociedad del comunismo aplasta al hombre. Igual que el capitalismo.

 

No se discuten valores sino sitio en el poder bajo un pequeño baño de ideología, ni muy clara ni muy comprometida. Sólo ascender, sobresalir, egoísmo. Y se buscan parcelas para someter al ciudadano sin ninguna garantía. Hasta el concepto religioso está siendo distorsionado no pocas veces por parte de invasores de turno. ¿Es que es sensato el  abandono en tales manos para presionar sobre la vida íntima de los seguidores? Queda bien definido, pues, el ‘que tú dices y yo te contesto’, pensando siempre en votos y alumbrados por una lucerna que no centra el camino con eficiencia. De forma clara se ve aceptado que no hay voluntad del bien o de la verdad, sino un febril intento de poder bien dirigido a gentes fervorosas. Esto son los partidos, intereses por mucho que se escondan, y no permitirán que los bajen de su último trono democrático. El hombre está arrojado entre los hombres.

 

También tiene su parte de bondad, a veces es solidario y amigo y compasivo, pero no  tiene en el alma una estabilidad que dé seguridad, que garantice rectos sentimientos. Lleva una parte primitiva, que puede arrastrar sus acciones, y otra  sobrepuesta de civilización que lo encauza al bien. En esta distorsión de comportamiento es tan admirable la vida como incierta. Se han ido alternando en la historia períodos de guerra con otros de relativa paz, con frecuencia nublada por la imprevisión y el miedo, y no  defendida en común ni nunca gozada en pleno. Ese es el destino del hombre; no hay dicha que sea completa pero la desdicha es general. La riqueza y la cultura llegan a  unos pocos mientras la guerra llega a todos, esa es la muestra. Y si no, mirad la enfermedad, el sufrimiento y la miseria, que en desproporción atacan a los más desprotegidos y evitan los palacios.

 

Se dice que el hombre ha avanzado, y es verdad, pero no hasta el punto de crear una  civilización aceptable de compartir lo bueno y lo malo sin maldades. Leo hoy un artículo en que se dice al español de hoy esclavo financiero de un sistema político y económico que es insostenible. Todos sabemos que eso es así y empieza a hacerse grave la pregunta de cómo saldremos de este bache a que nos ha llevado una clase corrupta e incompetente. De momento se ha recortado a los pobres lo indecible, pero ni aun así se soluciona porque la pobreza va calando en la economía y en la justicia social. Y tendremos más miseria y revueltas de una mayoría que se cansará de ser marginada. La discusión que se  siga de este estado de cosas no puede ser sensata ni constructiva, pero sí diversa y seca por contradictoria, que irá tensando cada vez más la esperanza. La posguerra fue así, de paz predicada, pero paz miserable en que unos pocos vivían de los demás que sometidos callaban por el bien común en el miedo. Yo lo he vivido siendo hijo de la derecha, con hambre de justicia, descontento del entorno, del clasismo, del acomodado. Y enamorado del pueblo trabajador y callado “como debe ser”. Hay una larga tradición de instalados entre nosotros.

 

¿Qué se discute en estos momentos en nuestra sociedad creada medio artificialmente de la política? ¿El bien común? ¿Cómo repartir lo que buenamente hay en la realidad? ¿Se procede con verdadera solidaridad? ¿O se busca el medro a costa del menos avisado, la ocasión propicia, el parpadeo del vecino? Los discursos una vez más no se corresponden con lo real y una retórica blanda y envolvente quiere dorar el sacrificio de los que no han estado atentos. Un mal ejemplo que viene desde arriba y quema la esperanza nos ha de instigar contra la convivencia. Quiera Dios que no explote, que yo nací en el anterior y sé que llega de improviso. No lo quiero para mi país, tan hermoso abierto a mares y tan agostado por el resuello de los que buscan sobresalir. Lo nuestro es el barroco y todavía no hemos tenido tiempo de pensar si merece la pena amargar los días del vivir con esa inquietud que nos da querer resaltar sobre los iguales. Los vascos, los catalanes, los castellanos o cualquier otro pueblo peninsular hemos nacido hombres, que es la única plataforma de seguridad, y el único destino es vivir. Y así no da tiempo.

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