Desarrollo personal

Un pueblo con dignidad se hace odioso a los que intentan medrar por los entresijos sociales.

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Toda persona está llamada a desarrollar sus potencialidades. Esta es una verdad elemental a la luz de los Derechos Humanos y el disponer de los recursos para conseguirlo es de justicia en nuestra democracia. Que nadie se vea marginado si no es por su propia limitación. Todo está recogido con esta claridad en nuestra Carta Magna que supone "la constitución" de una nueva sociedad en estas tierras siempre sometidas y siempre divididas por algunas mentes miserables. No se podría sospechar en cualquier otro tiempo de nuestra historia la autosuficiencia en que iba a desembarcar en nuestros días aquel hombre medio siempre cubierto de estameña. Tenemos derecho a este desarrollo. Y lo tenemos porque así se propuso de manera rotunda en la declaración que se hizo en la Asamblea General de las Naciones Unidas en diez de diciembre de l945.
Da la sensación a veces de que no sabemos valorar en este país lo que ha supuesto este hecho; nunca hemos vivido la libertad y parece lógico que no la apreciemos en su medida. La conmemoración de la Constitución a mí cada vez me llena de recelos. Cualquier fiesta, algunas desfasadas de nuestros días y llenas de un contenido apolillado, tiene más arraigo en el pueblo, al menos así lo parece, que ésta que para colmo está tomada por políticos que hacen elogio de una libertad pasada por agua. Las libertades se viven fundamentalmente en familia, en el colegio y en la calle, que son los sitios en que el corazón funciona sin trabas, más que en actos forrados de plática. Esta es fiesta de maestros, decían mis vecinas de un pueblo manchego, y querían decir mucho; nadie tiene derecho a desgajar al pueblo del acontecimiento (hoy evento).
Dicen que hicimos una transición demasiado precipitada y parece que sí. Han salido después muchos descontentos que pueden ser minoría, pero alborotan demasiado y aparentan como consentidos. Eso no es bueno, sobre todo si se cuenta con este pueblo desajenado y, ya digo, un tanto despistado a la hora de valorar lo que le conviene. Somos en esta tierra de surcos y veredas muy amigos de la libertad espontánea y todavía poco apegados a las libertades sociales, esas que arraigan en el mismo pedestal del poder ¡Dios mío, qué altas sitúan sus tarimas los poderosos! ¡Y, lo que es peor, qué poco advertidos andamos los de a pie! Sólo explotamos cuando la carga se hace exagerada y destruimos vidas y haciendas mientras dura nuestra cólera. Deberíamos reflexionar y, como esto es harto difícil, deberíamos organizar mejor la pedagogía parental y oficial en previsión de nuevas generaciones.
Un pueblo con dignidad se hace odioso a los que intentan medrar por los entresijos sociales. El poder de una minoría siempre se ha impuesto y hasta puede ser que no sea posible otra manera; parece utopía fijar una clase social para desbancar a otra. Hoy se da un poder omnímodo del dinero y siguen camuflados tras él los de siempre. Se hace más difícil detectar y vigilar el orden social de la justicia. Por eso necesitamos un pueblo más libre, más especializado y más despierto. La Constitución es el gran escudo tras el que marchar a la primera fila y su batalla hoy tiene más trascendencia para nosotros que la de Lepanto, por decir algo, porque de ella depende nuestra dignidad de personas. Comprendo que es más sutil esto que lo fue hundir al turco pero nos conviene mucho. Si no logramos desarrollar una sensibilidad para convivir, a saber cuándo gozaremos de otra ocasión histórica. Tendríamos que echarle coraje.

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