El desplome de una rama sobre ocho personas en el Alcázar y las graves heridas sufridas por una de ellas ha disparado la inquietud sobre el estado de nuestros árboles. Aunque históricamente ha habido casos peores (recordamos una víctima mortal al derrumbarse sobre su coche una palmera en la Magdalena), fueron excepcionales y tras algún temporal. El factor diferencial ahora es la frecuencia con que se producen caídas de ramas y/o árboles como consecuencia del abandono de años de nuestro patrimonio vegetal, el desmantelamiento del Servicio municipal de Parques y Jardines (en vez de potenciarlo se externaliza su labor con contratos multimillonarios), las pésimas podas y a destiempo, siembra de especies inadecuadas y un largo etcétera.
No es casualidad que el gobierno de Espadas, que ha heredado este problema como tantos otros, haya inventariado 2.500 árboles que suponen un riesgo para las personas, elevado número demostrativo de la falta de una política previa de conservación. En el caso del Alcázar, lo más preocupante es saber que el árbol fue inspeccionado pocos días antes y que los técnicos no supieron detectar el riesgo de desplome porque según el gobierno no hay técnica capaz de hacerlo. Aquí tiene Espadas el primer reto urbano que plantear a las empresas con que quiere convertir Sevilla en una ‘smart city’: el desarrollo de un método científico de diagnóstico del arbolado.
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