Tal como ha dicho el presidente del Consejo General de Hermandades y Cofradías, Joaquín Sainz de la Maza, en relación con los planes que se están conociendo sobre la próxima Madrugada, “la seguridad es lo primero y las hermandades deben dejarse aconsejar por los expertos”. Efectivamente, sin seguridad no podrá haber Madrugada, ni Semana Santa, ni ningún evento de masas, porque ni los protagonistas ni el público que los acompaña querrán exponerse a situaciones de alto riesgo y de pánico colectivo como las cinco que en mayor o menor medida se han producido en Sevilla en la noche del Viernes Santo a partir de aquella infausta del año 2000, la primera con estampidas y que destrozó el mito del saber estar sevillano en la bulla.
Si los expertos han aconsejado la adopción de una serie de medidas que hasta no hace mucho nos habrían parecido desproporcionadas, desde avisos por megafonía hasta vallas antipánico, pasando por balizas para el envío directo de mensajes a móviles, es porque serán la mejor manera de prevenir o, llegado el caso, contener posibles avalanchas en los reducidos espacios del Casco Antiguo ocupados por decenas de miles de personas, habida cuenta de los precedentes; sin ir más lejos, el del año pasado. Si se analizan, las medidas anunciadas son de una lógica aplastante. La cuestión no es por qué se implantan ahora, sino por qué no se acordaron mucho antes.
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