Se cumple por estas fechas el XXV aniversario del primer tren de alta velocidad español (AVE), el que conectó Madrid con Sevilla en menos de tres horas con motivo de la Expo-92. Al margen de quienes critican los 51.000 millones empleados en este tiempo en extender la red hasta ciudades con una mínima demanda, en lo que respecta a Sevilla el AVE ha aportado infinidad de beneficios no cuantificables económicamente.
En primer lugar, impulsó la vertebración territorial y supuso un salto de modernidad que acabó con la vetusta imagen de Renfe, asociada a la impuntualidad y a unos trenes más propios del siglo XIX que del XX. Convirtió el tren en el medio de transporte para distancias medias como la de Sevilla-Madrid, en detrimento del avión, hasta entonces predominante.
El AVE fue un atractivo en sí mismo: mucha gente viajaba en él no tanto por necesidad de desplazarse como por conocer cómo era la alta velocidad ferroviaria. Si no se hubiera empezado por Sevilla, no se habría justificado su posterior extensión a Barcelona, Valencia y otras ciudades. Gracias a aquel primer AVE, nuestro país desarrolló su propia tecnología ferroviaria al margen de la importada de Francia, Alemania e Italia y pudo luego adjudicarse el mayor contrato de la historia: el AVE de la Meca, en Arabia. El AVE, en suma, también fue, como la Expo, la tarjeta de presentación de la nueva España ante el mundo en el 92.
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