Lo que queda del día

Llegó Obama y mandó parar

El mejor relato navideño de lo ocurrido en Cuba será posible si se consigue que triunfe la voluntad y la libertad de su pueblo a la hora de escoger su destino. Es la gran esperanza del proceso, el fin último para un buen comienzo

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No sé bajo qué inconfesable revelación, porque alguna debía haber, cada Navidad me empujaba e insistía en acompañarle a La Habana para recibir el año nuevo, como una especie de sueño inaplazable que al final siempre terminaba postergando ante el escaso éxito de su propuesta. Debía haber alguna especie de idealizada visión, como la que cada uno de nosotros puede tener de sus propias inconfesables revelaciones, que mantuvo intacta su predilección por la isla. De hecho, fue sólo cuestión de tiempo. Al final llegó a tanto su insistencia que terminé acompañándole a La Habana, aunque no pudiera ser en fin de año. Daba lo mismo. Basta con pisar aquella tierra y conocer a su gente para justificar cualquier excusa con la que cruzar el océano en cualquier época del año. 

Si este diciembre hubiera vuelto a pedírmelo, sólo le habría dicho que no porque no tengo cómo para pagar el viaje, ya que entiendo que debe haber pocos lugares en el mundo en los que vaya a celebrarse con mayor alegría la entrada en el nuevo año que en Cuba.

Es más, añadan a eso que el anuncio de la reapertura de relaciones internacionales entre el gobierno castrista y el de Obama se ha producido a una semana de la Nochebuena y bajo la mediación del Papa Francisco, y no me negarán que con esos mimbres ya tenemos argumento, como mínimo, para que la Coca Cola haga su spot de la próxima Navidad. Como ya apunté hace unas semanas -vía Javier Cercas-, al final vuelve a demostrarse que el comunismo es sólo el camino más largo para llegar al capitalismo, aunque en este caso la culpa no sea sólo del Comandante Fidel, sino de la acomplejada psicosis estadounidense y su atrofiado sentido del patriotismo. Afortunadamente, llegó Obama y mandó parar.

No sé si nos precipitamos a la hora de celebrarlo, porque la apertura de puertas de Cuba a las multinacionales pueden terminar convirtiendo a la isla en una especie de parque temático, por la voracidad con la que parecen querer adueñarse ya del terreno para hacer negocio -y conociendo la situación cualquiera diría que va a tener más futuro laboral que Alemania, y sin necesidad de aprender otro idioma-, pero resulta inevitable hacerlo si tenemos presente la realidad del propio pueblo cubano, tanto del que te cuenta en voz baja sus miserias y te pide revistas o libros editados en España para conocer qué se cuenta de Cuba en el exterior, como del que expresa su fidelidad al régimen bajo el convencimiento de que no hay más salida que la revolución, la pendiente y la que siguen conmemorando cada semana con el aniversario de alguna batalla o alguna victoria, porque es lo que da sentido a sus vidas y la que aparta o admite las circunstancias, desde las cartillas de racionamiento a los edificios apuntalados que se caen a pedazos.

Pese a todo, también hay quien se niega a celebrarlo. Hemos visto estos días las protestas desde Miami de cubanos exiliados y de sus hijos norteamericanos contra el acuerdo entre Obama y los Castro; incluso, hemos conocido a un senador, Marco Rubio, hijo de inmigrantes cubanos, que pretende hacer carrera hacia la Casa Blanca a costa de las negociaciones y siempre desde posturas recalcitrantes -he conocido a demasiados norteamericanos que también lo eran, y todos compartían la seña de identidad republicana-.

Para ellos, la afrenta del régimen está por encima de las aspiraciones del propio pueblo, o sólo creen en el propio pueblo mediante el sometimiento o el derrocamiento por la fuerza de sus perpetuados líderes, no sé si incluso por encima de que puedan volver a elegirlos democráticamente, que es, en realidad, la gran esperanza depositada en el proceso, el fin último para un buen comienzo.

Es ahí donde se encuentra el mejor relato navideño, no en el anuncio de un refresco, sino en el de conseguir que triunfe la voluntad y la libertad de un pueblo a la hora de escoger su destino, ya sea a título individual o como nación. Espero verlo algún día desde la barra de La Bodeguita del Medio mientras brindo con un mojito auténtico por la entrada del nuevo año, porque hay sueños que es mejor compartirlos.

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