El Villar, tierra con un legado arqueológico aún por descubrir

Cuando cualquier profano visita El Villar se encuentra con un núcleo de población diseminado con casas, chalets, y edificios de carácter público y social

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  • El Villar

Cuando cualquier profano visita  El Villar se encuentra con un núcleo de población diseminado con hermosas  casas, chalets, y edificios de carácter público y social, fundamentalmente al lado de la carretera.

Puede llegar a pensar que éste ha sido un lugar conformado por familias itinerantes que, a lo largo del tiempo, se han ido asentando aquí, por razones económicas y de trabajo, dada la cercanía de grandes fincas, o de los molinos aceiteros que lo rodean, especialmente desde el  siglo XVIII. Todo este legado  se ha incorporado, con el paso del tiempo a la memoria de los villarengos como acervo antropológico y cultural.

Su topónimo, El Villar, tiene hondas reminiscencias históricas. Después de la conquista de Fernando III el Santo de la ciudad de Écija en 1240 y después de que sus ventajosas capitulaciones para la población musulmana, dejaran de estar en vigor entre 1262 y 63, estas tierras se despoblaron de sus ricas alquerías musulmanas que  fueron, antes,  villas romanas, productoras de aceite exportado desde Astigi a Roma. Su nombre, El Villar  hace referencia a este hecho histórico: un lugar con vestigios de poblamiento  y que estuvo densamente habitado. Los restos arqueológicos de la zona, aún a falta de un riguroso estudio, así nos lo indican.

El Villar, históricamente, siempre tuvo condición de frontera, por su lejanía  de los pueblos cabeza de municipio: Fuente Palmera y Écija; hoy salvadas  gracias a las comunicaciones actuales. Su condición de borde entre municipios, representaron, en el siglo XVIII, también, dos maneras de pensar : una anclada en la tradición y los privilegios de las poblaciones españoles de la época y otra  abierta a las nuevas ideas de la Ilustración.

Cuando Fernando de Quintanilla, Subdelegado de las Nuevas Poblaciones de Andalucía, entre julio y agosto de 1.768, inspecciona los terrenos a ocupar, de los baldíos de Écija  entre ellos El Villar de Marcos y Regaña, se produce la primera queja del Cabildo (Ayuntamiento) de esta ciudad. Esta institución, ante el repartimiento de la tierra, realizado por Simón Dernaux, Primer Comandante Civil de Fuente Palmera, la llegada de los colonos y su asentamiento, mantuvo una actitud beligerante, con sucesivas quejas hasta septiembre de 1.773, con una última anotación, en sus actas, en diciembre de 1.776. Ésta no era la queja de su población, sino la de los grandes propietarios que auspiciaron y alentaron una gran situación de coacción hacia los colonos y la colonización, en defensa de sus intereses particulares y de los de la Mesta. La violencia contra las colonias se desata en agosto de 1.769 con quema de barracas, robos, incendios de cosechas,..  Esta situación provoca la aparición de la Real Cédula  de Carlos III de 17 de Octubre de 1.769, en la que se imponían severos castigos, hasta la muerte, para los que atentaran contra los colonos y sus propiedades.  Como consecuencia de esta Orden, en febrero de 1.770 fue ahorcada en Écija un tal Garrote y cinco personas más como autores de la muerte de un colono apellidado Witempert y robo e incendio de su casa.

Esta situación parece atenuarse también a partir de la negociación de D. García de Eslava, representante del cabildo de Écija con Olavide. Se pedía dejar libre de colonos el Villar de Marcos, vereda Realenga del Chaparral y Regaña, que Olavide no aceptó : “estaban repartidas a los colonos y no era de S.M. el quitar a éstos las tierras que se le repartieron en su real nombre”.

Anteriormente, Pedro Pérez Valiente, Visitador (inspector) de las colonias en 1769, también había recogido en su Informe la petición del Cabildo astigitano.

Hoy en día El Villar es un lugar plácido, de personas trabajadoras y prósperas, dedicadas, en su mayoría a la agricultura, y fuertemente enraizados en este lugar. Son los  descendientes de los anhelos y esperanzas de aquellos primeros colonos. Hoy El Villar se siente colono y ecijano. Sus habitantes merecen ser llamados dignos hijos de la Ilustración.

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