Las dudas sobre la recuperación de las economías de la eurozona asaltaron la pasada semana la estabilidad de los mercados bursátiles y financieros tiñendo de un rojo intenso los parquets y sembrando serias incertidumbres sobre las expectativas de futuro. En realidad estos movimientos violentos son, en el fondo, tan incongruentes como la racha alcista que han sostenido los índices durante los últimos meses cuando la situación no era tan diferente como es ahora porque ésa desaceleración de las economías europeas venía arrastrada, incluso, desde el ejercicio anterior. ¿Pero realmente existen razones suficientes para considerar que podemos estar abocados a una tercera recesión? Efectivamente las economías más fuertes de la eurozona, dónde España concentra el 33% de sus exportaciones, presentan una evolución bastante desalentadora que pueden afectar negativamente a la incipiente y tímida recuperación de nuestra economía. Italia, sumida en un marasmo de reformas y vacilaciones, está en recesión técnica, Francia, que no acierta con el camino que permita recuperar la confianza en sus posibilidades de reactivación, se encuentra estancada, y Alemania, siempre señalada como la locomotora de la zona, presenta signos más que evidentes de una desaceleración de sus principales variables, lo que hace temer que las cifras de crecimiento de su PIB en los próximos trimestres confirmen un deslizamiento a la baja; de hecho sus autoridades económicas han reducido sus optimistas estimaciones tanto para este ejercicio como para el próximo. En mi criterio, el epicentro del problema se manifiesta en la confrontación planteada sobre si deben mantenerse las políticas económicas de austeridad a ultranza y del Pacto de Estabilidad, que, a pesar de todo, sostiene indefectiblemente Alemania, o se debe optar por flexibilizar el rigor presupuestario permitiendo programas de inversión productiva, como sostienen Italia y Francia. Causa realmente sorpresa que la Canciller Alemana ponga como ejemplo a España como paradigma de los buenos resultados de la aplicación de las medidas restrictivas que su gobierno apoya con toda firmeza cuando debería ser consciente de que ese rigor está provocando el estancamiento de su propia economía. Por otro lado, no podemos olvidar la actuación del BCE, cuya identificación con la necesidad de introducir políticas monetarias expansivas de gran calado para coadyuvar a estimular la actividad económica no deja lugar a dudas. Los responsables de la institución están decididos a poner en funcionamiento toda la artillería anunciada recientemente en su programa de estímulo, incluso compra de deuda soberana de los países, para evitar el estancamiento de la eurozona. Son, por tanto, los propios países los que, cuanto antes, deben admitir que la expansión monetaria no será suficiente si no se combina con otras medidas fiscales y de inversión productiva , para evitar poner en peligro la estabilidad económica y la propia continuidad de la UE, porque esas profundas disensiones pueden generar otras consecuencias de especial trascendencia.
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