Las transcendentes medidas que el BCE decidió el jueves anterior para tratar de reconducir la evolución de la maltrecha economía europea apuntan directamente no sólo al núcleo central de su estrategia de rigurosa política monetaria sino también a la necesidad de que los Gobiernos y la propia Comisión Europea sean conscientes de que deberán seguir implementando reformas estructurales y completar las reformas fiscales necesarias. Por otro lado, inevitablemente, originarán repercusiones de toda índole en los mercados y agentes económicos. Así, en primer lugar, la positiva reacción de los mercados bursátiles en la sesión de aquel Jueves, proyecta una perspectiva claramente beneficiosa para el devenir de las bolsas a medio plazo, confiriendo a las europeas el mayor potencial de incremento, y dentro de las mismas, serán, en opinión de los analistas, sobre todo, los valores bancarios, debido a la más que previsible mejora que supondrán para sus balances la compra de titulaciones y los raudales de liquidez prometidos, si bien, supeditados a los resultados de los test que próximamente deberán afrontar. Así mismo, otras compañías íntimamente relacionadas con las exportaciones verán impulsadas sus ventas como consecuencia de la previsible depreciación del euro; así mismo beneficiará a las empresas con endeudamientos elevados que podrán contabilizar ahorros en la minuta del pago de intereses. Los analistas también anuncian efectos positivos para los Estados con altos contingentes de Deuda Pública ya que la relajación de tipos deberá abaratar la factura del costo de la misma. Por otro lado, esa relajación de tipos deberá tener consecuencias positivas para los titulares de préstamos hipotecarios, en su mayor parte referenciados al Euribor a un año cuyo descenso es ya ostensible. Por otra parte, los efectos positivos de las determinaciones anunciadas deben tener especial repercusión en la evolución de las economías europeas, afectadas por bajos registros de crecimiento y, sobre todo, de aquellas, como la española, que ya han iniciado la senda de una incipiente mejoría ( se estima que la depreciación del euro en un 10% puede aportar cuatro décimas al PIB). Como comentábamos, la depreciación del euro debe ayudar a impulsar la balanza exterior, aunque incrementará la factura por compra del petróleo, si bien esta carestía puede quedar compensada por el descenso progresivo que está experimentando su precio. Sin embargo, estas medidas también generan efectos negativos para algunos agentes económicos con especial relevancia en la estructura económica de cada país. Los ahorradores, algunos incluso dependientes de las rentas de capital para completar sus pensiones, verán mermadas sus disponibilidades y estarán obligados a asumir algún margen de riesgo si quieren mejorar la rentabilidad de sus ahorros. Menos mal que, al menos, los bajos registros inflacionarios, permiten preservar su poder adquisitivo.
En conclusión, el camino seguido por el BCE permite abrigar esperanzas de conseguir los objetivos deseados aunque sus efectos no se dejen notar de inmediato y hayan sido implementados, en mi opinión, con cierto retraso.
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