El Loco de la salina

A José Manuel Bermúdez Ramírez

Ahora te llega el feliz momento de descansar y de contemplar la vida de otra manera más libre y con más sabiduría.

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Calle Rosario nº 30. Cierra Lencería Ramírez después de 114 años de existencia. Casi nada. Por jubilación de José Manuel. Fundada la tienda en 1902, a los cuatro años del profundo pesimismo que invadió a España por la pérdida de sus últimas posesiones en Ultramar, vivió un siglo XX lleno de convulsiones con sus dos guerras mundiales a cuestas y un montón de vivencias imborrables. La tienda cumplió 100 años y siguió al pie del cañón, como si no fuera con ella, hasta que el tiempo, que no perdona, se comió la “R” de Ramírez y le dijo a José Manuel que ya estaba bien y que se merecía descansar. Y esta vez le ha hecho caso.

José Manuel, te he querido dedicar estas líneas, porque pasamos el viernes a última hora por allí y a mí me sobrecogió ver tu tienda vacía aunque un fondo de voces frenara con su alegría la nostalgia y el sentimiento que cualquier despedida y cierre arrastra consigo. Había gente cantando. Y es que la jubilación lleva el júbilo hasta en el nombre. En tus escaparates de la calle Rosario ya no lucía ninguna prenda íntima femenina. Solamente una guitarra se recostaba huérfana y silenciosa entre hojas de parra en el escaparate que da a la otra calle.

Amablemente nos dijiste que entráramos y tomáramos una copita. Había mucha animación y te vi disfrutando como un niño de la buena compañía que te rodeaba. Me encontré de frente con el eterno y entrañable mostrador en forma de L. La antigua caja registradora, superviviente de tantos cambios (nunca mejor dicho) y justo en el ángulo que forman los dos largos mostradores, marcaba 473,00 pesetas a la luz de una pequeña y resplandeciente lámpara de cinco tulipas rojas como la sangre de la buena gente.

Me llamó la atención el cuadro en blanco y negro de tus abuelos, fundadores de la tienda, y el otro de tu madre ya en color, y me dije para mí cuánto tiempo ha ido pasando y con qué rapidez nos viene a recoger también a nosotros el tren de la historia. Dos alargados espejos al fondo y las mudas estanterías tan llenas de huecos y de recuerdos. Cantaba el grupo “Sueños del Sur” con sus dos guitarras, su acordeón y sus timbales y nos unimos a él. Nos enseñaste tu casa, repleta de golosinas para la memoria de cualquiera y no te cansabas de decir que era un honor para ti el que estuviéramos allí contigo. Te equivocabas. El honor era para nosotros.

Tu familia y tú habéis sido todo un ejemplo de trabajo, de amabilidad y de buen hacer. En esta Isla, que muchas veces no reconoce los méritos de los que en definitiva luchan por ella, habéis demostrado que la lucha ha sido hasta el final, que aquí no se ha rendido nadie, que ha sido el tiempo inexorable el que os ha llevado a la retirada. Y este loco, desde este manicomio, tenía que dejar por escrito una señal de agradecimiento por lo que habéis significado para La Isla.

Detrás quedaron días, meses, años y crisis con sus buenos y sus malos momentos, con sus angustias y sus alegrías. Estábamos cantando tan a gusto que no encontrábamos la forma de terminar. Se te veía muy contento. Cantábamos el bolero “Si tú me dices ven, lo dejo todo…” y por mi mente pasó que por esa tienda, que un día te dijo ven, que rió y lloró contigo, y que hoy ha cerrado definitivamente sus puertas, tú lo dejaste todo.

Ahora te llega el feliz momento de descansar y de contemplar la vida de otra manera más libre y con más sabiduría. Quiero agradecerte las atenciones que tuviste con nosotros el viernes y desearte lo mejor. Nos despedimos y me dijiste que no me perdiera el lunes las sorpresas que piensas poner en los escaparates. Allí estaré como un clavo. Un fuerte abrazo de tu amigo Paco.

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