De vuelta a Ítaca

El premio por traicionar tus principios

Por mucho que algunos lo intenten ocultar, la historia de la conquista de las libertades en España no habría sido posible sin los comunistas...

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Por mucho que algunos lo intenten ocultar, la historia de la conquista de las libertades en España no habría sido posible sin los comunistas. Ciertamente, que el PCE fuese la organización opositora por antonomasia, resulta un hecho irrebatible para cualquiera que haya conocido la dictadura, a pesar de que a veces, parece como si ese partido hubiese desaparecido mágicamente de la historia oficial. En realidad nada debiera extrañarnos. La historia dominante es positivista, y sólo le interesa poner en valor a los grandes personajes, aunque para ello tenga que ignorar el papel jugado por miles de personas que arriesgaron sus vidas por la libertad. De ese modo, los comunistas que conocieron cárceles, exilios forzosos, torturas, e incluso la muerte, han quedado eclipsados por figuras como la de Suárez o el rey Juan Carlos, hoy reconocidos como únicos padres de nuestra democracia. Pero no fue así.

Aunque su actividad hubiera hecho parecer lo contrario, los comunistas españoles no eran muchos, y cuando en las elecciones de 1977 el PCE fue superado por otros partidos que no habían movido un dedo para acabar con la dictadura, muchos militantes decidieron abandonar la lucha. Para algunos, la misión se había cumplido y no era necesario seguir; otros claudicaron a la desilusión o a las luchas internas; mientras que una parte -nada insignificante por cierto-, decidió renunciar a sus principios para acercarse por conveniencia al PSOE, partido que iba a ocupar desde muy pronto, grandes espacios de poder que no podían desaprovecharse. El oportunismo es así, y  puede acabar en un momento con una historia gloriosa.

Los comunistas que quedaron en el partido, iniciaron desde entonces una travesía en el desierto en la que rara vez encontraron algún oasis. Aunque fueron perdiendo posiciones en el sindicato, supieron reorganizarse en un movimiento como Izquierda Unida, y resistir a la caída del muro y a los empujes de las corrientes postmodernistas que se fueron imponiendo en otros partidos europeos. Hoy en día, el PCE continúa siendo una organización nada desdeñable, que está presente en los conflictos, y mantiene representantes en parlamentos y ayuntamientos, gracias como siempre, a la abnegación de una militancia que sigue empeñada en salir adelante.

Desgraciadamente para el partido, hoy como ayer, todo este esfuerzo de los militantes no siempre se ve correspondido por la actuación de algunos dirigentes, más preocupados en garantizar su bienestar personal que en defender las ideas por las que fueron elegidos. Así, recientemente hemos conocido que el ex vicepresidente de la Junta de Andalucía, Diego Valderas, cobrará una cesantía de 4.186,70 euros al mes, algo que contraviene tanto las propias normas de IU  -que limitan los sueldos de sus cargos a un triple del SMI-, como lo que el sentido de la ética aconseja, en un país acosado por la crisis económica.
El premio le ha llegado por dos años de servicio en un gobierno que aprobó recortes, y que no dudó en aceptar muchas de las injusticias a las que, desde la oposición, se había criticado. Valderas, un político profesional sin oficio conocido ni apenas formación, abandonó en ese tiempo todos los principios de rebeldía que hicieron crecer a la izquierda anticapitalista como pocas veces en unas elecciones andaluzas. Olvidó que el logro no era suyo, y no dudó en traicionar a los votantes que depositaron en él esperanzas, y a los militantes que por toda Andalucía trabajaron una vez más en una campaña sin recibir nada a cambio.

Sabido es que la mejor manera de tergiversar una idea es pervertirla, y eso es lo que hizo Valderas con el comunismo andaluz en su corto aunque funesto reinado. La dirección honrada que le sucedió, pagó los platos rotos del mal hacer de éste, y por mucho que Maíllo intentase enmendar las políticas de su predecesor, IU obtuvo unos resultados desastrosos que acabaron con el breve éxito que se había logrado en las elecciones anteriores.

Hoy, todavía muchos de los que depositamos nuestra confianza en él, estamos esperando que su actuación tenga consecuencias, pero creo que más nos vale esperar sentados, pues lamentablemente, no suele haber castigo por aprovecharse de unos valores por los que muchos han acabado perdiéndolo todo.

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