Vivimos en una España en la que parece que tienen más importancia las expectativas que tenemos que la realidad en la que nos movemos. Y eso parece que es lo que le ha pasado a muchos tras los resultados de las elecciones, que, dicho sea de paso, a mi no me han sorprendido en absoluto, quizás porque una sí escucha a la calle y tantea un poco más de cerca el ambiente del voto sin tener tan en cuenta las encuestas y los sondeos, que los números sí serán exactos pero la interpretación que se hace de ellos, siempre ha estado cargado de subjetividad, vulgarmente conocida como la cocina. Lo cierto es que el pueblo ha hablado y lo que hay que hacer es analizar correcta y desapasionadamente los errores y no frivolizar atacando al de enfrente, porque esta vez parece que sí vamos a tener cuatro años para que los que pueden demuestren que pueden controlar, por estar en minoría, a los que han ganado. A los que han ganado otra vez.
Hay que aceptar que el PP ha conseguido mantener a los suyos y los ha movilizado convenientemente, ayudados -aunque no tanto como se creen- por el discurso del miedo pero, sobre todo, por la baja participación porque el que castiga, normalmente, es el votante de izquierdas y éste, además, sigue estando fragmentado, por mucho que haya habido confluencia. Rajoy, guste o no, ha sabido mantener una imagen de firmeza que ni la mancha de corrupción o los recortes han minado en absoluto el respaldo de los suyos.
La pelota está en el resto de los partidos, al margen de los pactos. El PSOE ya tarda en reconstruirse, porque desde aquellas primarias de Borrell no ha conseguido mantener fiel a su electorado; Ciudadanos tendrá que ver si de verdad si discurso cala y recupera el voto “de centro” que dice que es suyo; y las confluencias, analizar si han llegado a su tope de electorado, madurar un poco más para no creerse una encuesta en un país que teme y desconfía a la misma vez que encumbra, y aclarar de una vez ideología y programa.
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