Hay y siempre ha habido políticos que no están a la altura de sus cargos y que por muy buenos asesores o funcionarios de los que se rodeen, no son capaces de dar pie con bola y cuando aciertan, siempre da la impresión de que ha sido como el burro que consigue tocar la flauta, de casualidad.
Entre los recientes, ha habido muchos que han tenido la enorme capacidad de echarse encima, casi al segundo, al colectivo al que decían representar y entre los de Justicia, no ha habido ninguno que haya sido capaz de superar el “al menos no es peor que el otro”, pero ninguno ha sido bueno.
Tampoco los de Educación han tenido muy buena fama, aunque todos sabemos que Wert se lleva la palma y que quizás, anhelan algunos, pueda ser el próximo en caer de la foto de Moncloa.
No es algo exclusivo del Gobierno de Rajoy, todos los gobiernos han tenido ese ministro o esa ministra al que se veía a leguas que no es que no diera la talla, si no que servía más de chascarrillo para el respetable que para llevar a cabo su encomienda ministerial. Ya se sabe que en todos lados cuecen habas.
Pero el caso de la ya exministra Mato es llamativo porque, a pesar de ser una de las más cuestionadas desde que asumió la cartera y que ya estaba salpicada por la trama Gürtel, ha tenido que ser un juez el que la empuje a tomar la decisión. O el que fuerce al presidente a cortarle la cabeza, para el jolgorio de buena parte de los españoles, muchos de ellos votantes del PP, deseosos de que hubiera ya una medida ejemplarizante entre tanto ambiente de corrupción.
Pero no hacía falta esperar a que un juez pusiera la puntilla a esta ministra. Eso es lo malo, que en lugar de analizar con frialdad la gestión de un Ministerio tan importante, por lo menos para muchos ciudadanos, como es el de la Sanidad y los Servicios Sociales, lo que ha pesado es un auto judicial y una sombra de corrupción. Al final, directa o indirectamente, es la corrupción la que marca los tiempos.
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