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El coche fantástico

En pos del dominio visual de su tierra, media Málaga corrió un día en pos de El Dorado, a conquistar horizontes sobre el azul

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Como todo lo humano la ciudad tiene algo de contradictorio. Málaga vino del mar y trepó a un monte. Roma se subió a siete colinas. París cuando quiere emocionarse se sube al Sacré Coeur. Granada sube y baja de su montaña rojiza. Barcelona tiene un Montejudío y Málaga un Gibralfaro. Toda ciudad, si puede, se adorna con una montaña.

En nuestra propia tierra evitamos siempre subir, pero cuando viajamos a otro lugar no perdonamos ninguna colina, resalto o campanario. Si aguantamos la cuesta de Gomérez no sólo conoceremos el duende de la montaña mágica; la Alhambra además nos regala al bajar una serie de inigualables estampas sobre Granada. Las que nos sirve nuestro paso ciñéndose a todos los recodos que la pendiente obliga a trazar, ya sea camino del Darro, ya sea camino del Realejo.
De viaje a otra ciudad aceptamos ese ejercicio tan absurdo que es subir para después bajar. Si elegimos bien dónde subir, bajar será dejarnos caer, disfrutar de nuestra mirada gracias a un paso que no cuesta. La bajada transmite a nuestro cerebro el dominio sobre la tierra, un dominio por el que no hay que pagar impuestos. Un placer muy asequible si estamos mínimamente dispuestos a subir y bajar peñas desde nuestros zapatos.

En pos del dominio visual de su tierra, media Málaga corrió un día en pos de El Dorado, a conquistar horizontes sobre el azul. Y colonizó sus montes, trazando serpenteantes caminos por sus laderas, solo asequibles desde las máquinas de cuatro ruedas. Caminos que no se pueden andar ejerciendo el señorío de la mirada. Ésta tiende a despegarse de la senda de nuestras pisadas y desde un coche por carretera de montaña, llevar nuestra mirada a la tangente de la curva, significa despeñarse.
Cuanto más miro a esa ciudad de montes, mas pienso que es un tiro fallado. Los montes urbanizados no son parte de la ciudad. En ellos viven ciudadanos, pero incomunicados uno a uno, desde dentro de sus atalayas. No hay posibilidad de trenzar calles que inviten de verdad a subir y bajar a pie, desde el Morlaco y Cerrado a los Baños del Carmen, desde Miraflores y el Candado a las playas del Palo.

La ciudad más atrevida y más cara de Málaga no puede hacer nada sin coche, necesita mover una tonelada al día para llevar su propia rutina. Las ciudades europeas declararon hace tiempo su guerra al vehículo privado y cada día que pasa conquistan una nueva ensenada a la que pintan de azul para vigilarla con parquímetros. Para poder distraerse un rato más de cien mil malagueños necesitan un cuatro plazas; pero luego, deben hacerlo desparecer: "Kit, te necesito¡" ... Media Málaga sueña con "el coche fantástico".

www.angelperezmora.com

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