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La Calle Casa

Desde una curva de calle Granada, percibías como una puerta se tragaba gente, hasta que te dabas cuenta que tú ya estabas en el sumidero

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Tardé en aprenderme su nombre. Fui a parar allí varias veces, cuando aún forastero en Málaga, mis amigos me llevaban para agasajarme al centro entonces impenetrable. Intentaba retener su nombre, pero enseguida se desvanecía entre los nombrados vinos de la tierra tan singulares: pajarete, moscatel, palo cortado,... Y para colmo salía siempre por una calle distinta a la que me había llevado.

Un imán parecía tener ese lugar. Desde una curva de calle Granada, percibías como una puerta se tragaba gente, hasta que te dabas cuenta que tú ya estabas en el sumidero: un zaguán angosto. Al cruzarlo, un patio con una fuente, con ventanas con rejas, en recodo, te sorprendía y te quedabas clavado. Pero cuando ibas a dar marcha atrás, los que venían tras de ti te empujaban. Entonces, tras hacerte a un lado, optabas por seguirles, con  paso dudoso y sentir expectante.

Al patio de la fuente le seguía otro zaguán con escalera. De camino a ella, nos saludaban al pasar más ventanas y puertas, ahora abiertas, a través de las cuales adivinábamos fiesta. Desde arriba, sobre la escalera, una camisa blanca tras un mostrador nos tranquilizaba. No había ya duda que aquello era un bar: había una barra. Sólo había que aproximarse a ella para poder recapitular.

Una de las veces pude pedir vino allí mismo, creyéndome que había llegado. La barra estaba en un paso estrecho, con fotos enmarcadas y botellas a ambos lados. El techo era bajo y hacía aun más palpable que uno se había quedado parado en medio de un río de gente. Pero las más de las veces, caminé junto a la barra, sin hueco posible hasta que acababa. A la barra le sucedía otro patio, éste con escaleras. Por ellas, en sesión continua aparecía y desaparecía más gente. Luego supe que arriba hay salas ideales para improvisar veladas y tertulias.

Solo si atraviesas dudando esos dos patios y esa barra que te sale al paso, entenderás que has llegado a un lugar especial. Tras el segundo patio por fin se abre una gran sala con toneles por paredes, a ambos lados y cerrándonos el frente. Y al pie de todos ellos, mesas y más mesas. En torno a ellas, amigos y conocidos charlan formando grupos,  mientras tú sigues caminando. Suele suceder que llegaste hasta allí, en la deriva sobre esa masa-fuerza de gente, que antes te atraía adentro y que ahora, poco a poco, te echa,  pues no viste un hueco en la barra, ni dos sillas vacías, ni una mesa, y ahora... ya estás fuera. 
Entonces recuerdas detalles sueltos: paredes con fotos, techos que bajan y suben, rejas entre interiores, patios entre calles, puertas que anuncian otros rincones posibles,... una serie encadenada de espacios imposibles sobre los que se condensan incontables imágenes de gente que sentada o de pie, conversa y ríe, que vive y deja vivir, que viene y va, ... en la Calle Casa: El Pimpi.

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