Nuestra misión en el mundo

El virus del ébola nos tiene a todos consternados, preocupados e indignados. En primer lugar, consternados por una auxiliar de enfermería que se debate entre la vida y la muerte tras haberse entregado en su labor profesional y atender de la mejor manera que pudo y supo a uno de los enfermos repatria

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El virus del ébola nos tiene a todos consternados, preocupados e indignados. En primer lugar, consternados por una auxiliar de enfermería que se debate entre la vida y la muerte tras haberse entregado en su labor profesional y atender de la mejor manera que pudo y supo a uno de los enfermos repatriados desde África.

Por otro lado, preocupados porque parece que de una vez por todas sentimos el miedo que en países africanos llevan meses sintiendo, al ver de cerca la posibilidad de contagiarnos y no saber cómo parar esta maldita enfermedad.

Y además, indignados por demasiados motivos relacionados con este dichoso virus. Algunos se indignan porque se hayan repatriado a España a dos misioneros a sabiendas (eso aseguran incluso muchos) de que no podrían curarse y poniendo en riesgo al resto de la población.

Otros se indignan porque no hay dimisiones en el momento ante las decisiones tomadas por la ministra que aun haciendo lo mismo que en otros países de occidente con respecto a las repatriaciones, aquí consideramos errónea dicha decisión (seguramente lo contrario también habría sido criticado).

Y hay quienes (demasiados en mi opinión), se indignan por la muerte de un inocente perro que nada tenía que ver con dicho virus y ha provocado una oleada de manifestaciones, críticas y concentraciones por salvar su vida.

Pues bien, dicho todo esto, permítanme que YO me indigne ante la bajeza moral que en demasiadas ocasiones mostramos como sociedad, en la que sólo nos importamos nosotros, y en la que un virus fatal ha conseguido mostrar nuestra miseria humana, sin importarnos en absoluto un continente africano que preferimos cerrar con todos sus enfermos y al que solo vemos como foco de problemas para un occidente acomodado y aburguesado en el egoísmo más absoluto.

Indignado ante un consejero de Sanidad que no sabe estar y no asume su responsabilidad queriendo escurrir el bulto atacando a la auxiliar de enfermería. Al fin y al cabo, indignado porque no sabemos ni entendemos nuestra misión en el mundo como ciudadanos en la que muchos de los enfermos y muertos en brazos de los que quieren entregarse a los demás (misioneros), hubieran querido parte de la publicidad que un animal llamado Excalibur ha tenido en España por su muerte.

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