Los últimos cuatro años, Gibraltar ha sido un asunto más que socorrido para el Gobierno: lo ha utilizado una y otra vez para tapar las vergüenzas del PP, sobre todo coincidiendo con la sequía informativa que caracteriza a los meses de estío y el repunte de los casos de corrupción que han protagonizado militantes y mangantes de la cofradía de la gaviota a lo largo y ancho de la última legislatura. El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, puso todo el empeño en meter en el mismo saco a Cataluña y a Gibraltar. Pura integridad territorial. Con Cataluña, metiendo las narices todo lo que ha querido y más, Margallo ha logrado sacar de quicio incluso a los suyos –Montoro explotó con unas declaraciones en legítima defensa tras aguantarle carros y carretones- al protagonizar con Oriol Junqueras un debate que solo sirvió para hundir aún más las expectativas de voto del PP catalán. Con Gibraltar, Margallo llegó más lejos si cabe. De entrada, tras la broma del ‘Gibraltar, español’ con un europarlamentario británico antes de aterrizar en Santa Cruz, defendió públicamente que Fernando María Castiella, ministro franquista entre 1957-1969, había sido el titular de Exteriores más exitoso en relación con Gibraltar en toda la historia de diplomacia española. Sin embargo, el nuevo castiellismo que ha puesto en práctica Margallo cayó derrotado políticamente el pasado mes de septiembre cuando Miguel Ángel Moratinos le dio matarile en una memorable conferencia ofrecida en San Roque ante un salón repleto de españoles y gibraltareños. Moratinos, que reivindicó la españolidad de Gibraltar, apostó por el diálogo por encima de todo y defendió el Foro Tripartito que el PP ha intentado cargarse sin conseguirlo hasta ahora. Pero la derrota definitiva se la infligió el pasado 26 de noviembre el líder de la Alianza –coalición de socialistas y liberales-, Fabian Picardo, que ganó las elecciones gibraltareñas por casi 40 puntos de diferencia. Margallo, en su yo colonial, pretendía influir en la voluntad política de los gibraltareños. Y, bien visto, claro que lo ha hecho con sus continuos desbarres. Además, durante estos cuatro años, el neocastiellismo, en otro de los objetivos de Margallo, dañar la economía de Gibraltar, ha naufragado estrepitosamente. De entrada a ver cómo reaccionan los nuevos mandatarios que saldrán de las urnas a los importantes inversiones que están al caer, acompañadas por un millar largo de empleos. La cuestión es muy sencilla: o Gibraltar se convierte definitivamente en una oportunidad, ofreciéndole a los gibraltareños seguridad jurídica, o sigue siendo la cortina de humo que la derecha española ha utilizado siempre para tapar sus miserias.
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