Cartas a Nacho

Ciudadanos

Miguel Montes Neiro no encontró en 36 años una motivación para abandonar ese espacio negro

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“Andar hasta que no vea la cárcel”, eso declaró nada más salir de prisión Miguel Montes Neiro, el preso más antiguo de España cuando le preguntaron qué pensaba hacer ahora. Montes Neiro murió la pasada semana. Lejos de otros casos épicos, como el ejemplarizante El Lute que no Eleuterio Sánchez -el primero es el personaje y el segundo la persona- el de Miguel es un caso olvidado que sólo saltó a la luz con la petición de su indulto hace unos años.

A los 61 años de edad, tras permanecer 36 en la cárcel, la abandonó el 15 de febrero de 2012. Un avanzado cáncer de pulmón con metástasis terminó con él a los cinco años de haber conseguido la libertad.

Miguel cometió multitud de delitos relacionados contra la salud pública, el robo, la seguridad del tráfico, la falsificación de documentos o el quebrantamiento de condena; pero lo que sorprende es su primer delito: deserción militar. El servicio militar era obligatorio en 1976 y él se negó a hacerlo. La consecuencia fue la prisión. Desde ese momento Miguel no dejaría de pisar la cárcel. Y cuando salió de ella, se encontró con la muerte, sólo cinco años después.

Concebidas como centros de reeducación, nuestras prisiones no siempre consiguen el objetivo de adaptación de esas personas que se han equivocado y tienen el derecho de que les concedamos otra oportunidad. Lejos del caso de Miguel, por cuestiones laborales he conocido a muchos hombres y mujeres que han logrado insertarse en la sociedad gracias a programas preparados por la Administración de Justicia y por entidades privadas.

Estas acciones suelen ser formativas y ponen a disposición de los reclusos una serie de conocimientos prácticos que luego pueden desarrollar en empresas. Son trabajos muy específicos, mucha práctica y casi nada de teoría. Pero son totalmente certeros.

Gracias a ellos y, por supuesto, al talante de los interesados, muchas de estas personas se han integrado o, mejor, han empezado a sentirse parte de la sociedad. Son programas que los estimulan y los tratan con el mayor de los respetos. “Sentirme persona”, me contestó un recluso cuando le pregunté por su experiencia en el “cursillo” que le habían dado. Sentirse personas y dignos, esa es la recompensa que buscan. Abandonar un mundo en el que entraron por equivocación o por no tener más salidas. O al que les obligamos a entrar.

Miguel Montes Neiro no encontró en 36 años una motivación para abandonar ese espacio negro. Nosotros tampoco le prestamos mayor atención para ofrecérsela. El parte médico dice que murió de cáncer. 

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