Cartas a Nacho

Frida

Será el responsable de las operaciones de rescate en el colegio el que desmienta la historia de Frida, para sonrojo de las cadenas de televisión...

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Pues no, Frida no existió. Si no vivió, tampoco murió. Lo que parece que sí sucumbió fue la credibilidad de los medios de comunicación y de la información que galopa por las redes sociales.

La pasada semana, cuando se produjo el terremoto de México, todas las miradas se centraron en “cubrir” informativamente el rescate de unos niños que habían quedado atrapados en el desplome de un colegio. Lo que podemos llamar “un pelotazo periodístico”. Tendríamos narración, nudo, presentación de personajes con héroe incluido y un desenlace que habría que medir en el tiempo lo suficiente como para mantener en vilo a la mitad de la audiencia del planeta y desde luego no aburrirla. El drama estaba servido. Los medios y los informantes en redes sociales sólo tenían que enchufar la cámara y encender los focos: el espectáculo informativo iba a dar comienzo.

El número de víctimas seguía creciendo, pero eran muy numerosas para poder construir un relato, una narración. Eran cifras demasiado frías que no interesarían a la audiencia. De repente surgió el milagro. Se detecta con vida a una niña de 12 años que responde al nombre de Frida bajo las ruinas del colegio.

Desoyendo a los padres y profesores, que desde el primer momento advierten que no existe ninguna alumna que responda a ese nombre, los periodistas y “comunicadores” deciden convertir a Frida en el símbolo mediático del terremoto. Hay quienes incluso comentan que logran contactar con ella y parece que les indica que a su lado hay más niños. Multitud de bulos de que primero la escucharon hablar, luego balbucear y, por fin, dar golpecitos. Pero nada de una prueba fehaciente de su existencia. Todo rumores.

Será el responsable de las operaciones de rescate en el colegio el que desmienta la historia de Frida, para sonrojo de las cadenas de televisión que, inmediatamente, trasladaron la responsabilidad a fuentes oficiales.

“La verdad es la primera víctima de cualquier guerra”, dice un aforismo periodístico. También parece que lo es en las catástrofes naturales. O al menos en las más recientes. Los periodistas tenemos la más hermosa de las profesiones. Servimos para transportar un material muy valioso que no nos corresponde. Empleamos para ello infinidad de formatos. Soy partidario de usar la emoción si con ello logro que el receptor comprenda mejor la experiencia del emisor. Al fin y al cabo todos los periodistas buscamos en una historia lo extraordinario, lo humano, al héroe. También deberíamos buscar que esa historia fuera cierta.

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