Cartas a Nacho

Supervivientes

Es lo que hace la vida, te cambia recuerdos por tiempo. Es la discreta sonrisa de la madurez....

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La alegría fue sustituida por un aceptable nivel de bienestar. Por un buen porcentaje de placer y una considerable dosis de comodidad. Es lo que hace la vida, te cambia recuerdos por tiempo. Es la discreta sonrisa de la madurez.

Se han empeñado en mostrarnos mensualmente una lista de nuestras preocupaciones. Se registran estadísticamente y nos las difunden a los cuatro vientos. Oficialmente eso es lo que nos angustia y, por tanto, eso es lo que hay que resolver. En eso debemos centrar nuestros esfuerzos y arrimar el hombro. Para nuestra tranquilidad el contorno está perfilado y gracias a esto, deducimos que si tenemos el problema, más tarde o más temprano atinaremos con la solución.

La situación económica y el paro están chequeados, sólo es cuestión de tiempo enmendarlo. No hay que impacientarse. El asunto catalán tiene fecha límite para su apocalipsis. Sólo tenemos que ir tachando días en el calendario. No hay que angustiarse. El terrorismo internacional es una macabra lotería como lo puede ser el que te caiga encima un cascote de una fachada cuando paseas al perro por la calle. Por tanto no hay que desesperarse. Para morirse sólo hay que estar vivo.

El catálogo de preocupaciones que periódicamente nos registran estadísticamente es variado y extenso. También las soluciones que responden a esos desvelos. Todo parece controlado. No hay que obsesionarse. Y si no lo conseguimos, siempre podemos recurrir a la televisión. Ya se encargará ella de adormecernos. Que podamos sobrellevarlo.

Mientras que aguardamos la publicación del siguiente inventario de cavilaciones oficiales, el verano se acaba. Se van los colores estridentes, la luz pornográfica, todo lo que nos ha permitido sobrevivir durante unas semanas. Un breve lapsus de tiempo que nos permitió conocernos un poco mejor. De saber nuestro lugar.

Llegan los ocres, la luz tenue. Una niebla que sólo tendrá un breve resplandor artificial casi al final de esta época allá por el mes de diciembre, una vez que pasemos el infierno de noviembre. Mientras que paseamos a nuestro perro, en el momento en el que queremos a nuestra pareja. Cuando atendemos al teléfono en el trabajo. En el minuto que comprendemos la traición de un compañero de oficio al que creías honesto y que todo lo sacrifica por la obligación cumplida. Justo en cada uno de esos instantes, nuestra verdadera preocupación será la de otro final de ese razonable porcentaje de bienestar. Sin embargo, esa máxima aprehensión no vendrá recogida en las estadísticas oficiales.

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