Cartas a Nacho

Refugiar

Lejos de esperar a que los conflictos en Oriente Próximo vayan calmándose y solucionando, todo hace indicar que la pesadilla continuará durante mucho tiempo...

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El pasado sábado se cumplieron dos años de la muerte de Aylan Kurdi. El niño kurdo que se ahogó en una playa turca tras naufragar la embarcación en la que huía, junto con sus padres, de la guerra. Aquella fotografía removió las acomodadas conciencias europeas. Algunos cambios en los protocolos de actuación y un fuerte compromiso con la justicia social que fue olvidado unos meses después, justo cuando se apagó “el foco informativo” en la zona e iluminó la siguiente catástrofe.

Dos años y 6.671 personas muertas en el Mediterráneo después, según la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), y cuando están a punto de vencer las fechas del compromiso de nuestro país  con la acogida de estas personas -lo hace el día 26 de este mismo mes- es necesario recordar, por muy graves e importantes que sean los temas que nos ocupan en nuestra agenda política, económica o social, la cifra de acogidos con la que nos comprometimos al comienzo del conflicto. En total y como miembro de la Unión Europea, España cobijaría 17.387  personas antes de finales de mes. Al día de hoy sólo se ha llegado a 1.888 refugiados. Un 11%. Faltan 15.499 personas por llegar.

Tal y como denunció la CEAR la pasada semana en la presentación de estas cifras, es urgente cambiar protocolos, enfoques de la política migratoria en Europa; se nos mueren las personas en nuestras puertas.

Lejos de esperar a que los conflictos en la zona del Oriente Próximo vayan calmándose y solucionando, todo hace indicar que la pesadilla continuará durante mucho tiempo. Llegarán el otoño y el invierno y las condiciones meteorológicas se recrudecerán. Volveremos a ver miles de personas en campos de asentamientos infrahumanos y desesperadas por hacerse con un hueco que les abra el paso hacía una vida mejor. 

Comienza un nuevo curso vital. Ahora es cuando nos hacemos propósitos de enmienda y nos planteamos objetivos que revisaremos a la baja cuando llegue el próximo año. Junto a esa lista de buenas intenciones sería conveniente que añadiésemos en un lugar preferente, antes de la intención de mejorar nuestro nivel de inglés, el dejar de fumar o ir más al gimnasio, el de recordarnos permanentemente la deuda que tenemos con miles de personas que huyen del terror, que procuran una vida mejor, no ya para ellos, sino sobre todo para sus hijos.

No es un premio o una recompensa. Una “gracia” que les vayamos a conceder. Es su derecho y es nuestra obligación. Es un compromiso que tenemos no sólo por nuestras leyes, sino fundamentalmente por nuestra condición de seres humanos.

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