Cartas a Nacho

Arenas

Nuestra alma siempre estuvo en Doñana y en La Breña, en Mazagón y en Barbate...

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Huelva y Cádiz son nuestros paraísos. Los mejores momentos de nuestra existencia los hemos pasado en sus campos, en sus tierras. En sus pinares. Y sobre todo en sus playas. Año tras año volvemos a sus arenas y a sus aguas en una búsqueda casi desesperada por volver a nuestra infancia.

Para ese entonces, aún no disfrutábamos de autovías, de teléfonos móviles, ni de coches automáticos. Para los niños de aquella época, ir a las playas de Cádiz o de Huelva era un aventura. Sospecho ahora que también para aquellos adultos.

Lo que ahora nos acerca en algo más de una hora, se convertía en esos años en un viaje largo y tedioso que obligaba a parar a comprar el pan y a tomar el desayuno en ventas de carretera o en bares de pueblo para “estirar las piernas” y tomar un nuevo impulso.

La recompensa, la playa. No nos engañemos, no tenemos playa en Sevilla. Y usábamos prestadas las de Cádiz y las de Huelva. A veces, cuando a los sevillanos se nos requiere por nuestro “ombliguismo” en esas provincias, la respuesta es siempre contundente: el corazón lo tenemos en Sevilla, pero nuestra alma está en Cádiz y en Huelva. ¿Cómo no vamos a quererlos si allí hemos pasado nuestra infancia? Lo mejor de ella. Las vacaciones de verano de un niño.

Mi paraíso sigue siendo Cádiz, Sanlúcar de Barrameda. A ella tengo asociado los paseos de la tarde por su Alameda, los pimientos fritos, los aliños de tomate, los coches de caballo. El cine de verano. ¿Cuántas películas de romanos? ¿Cuántas del oeste?

Ahora hay otro escenario, un poco más al este, en Bolonia, pero hasta allí sigue llegando el aroma de la Sanlúcar de Barrameda de mi niñez. ¿Cómo no querer a Cádiz?

El camino a Huelva era parecido. Con una parada obligada en el Rocío. Con un interminable café que desprendía olores que se mezclaban con el de la cera de las velas puestas en las rogativas de la abuela. ¡Cuánta impaciencia por llegar a la playa! ¿Cuántas oraciones a la Virgen le dedicaba la abuela? ¿Cómo no querer a Huelva?

En los últimos días nos llegaban, desde estos paraísos que nos prestan los onubenses y los gaditanos, imágenes que nos rompían el corazón. No sólo se quemaban los pinos, también nuestros recuerdos. No sólo huían los animales, también nuestro futuro. El legado que nos dejaron nuestros mayores y que queremos transmitir a nuestros hijos.

Nuestra alma siempre estuvo en Doñana y en La Breña, en Mazagón y en Barbate. Aterrados e indefensos, viendo esas imágenes por televisión, nuestro encogido corazón también está ahora en Cádiz y en Huelva. 

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