Cartas a Nacho

Educación

Sólo confirma el refranero español: “la mona, aunque se vista de seda, mona se queda”...

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Que un adulto, presuntamente padre, deje un vaso de cristal al paso de una cofradía por una calle estrecha delante de tres o cuatro niños de no más de diez o doce años es, posiblemente, el germen de lo que luego pasa.

Que “ertontodermovil” te lo incruste delante de tus narices para luego recordar el momento vivido y tú te quedes compuesto y sin novia, nos señala datos dignos de estudio. Y disculpen por lo de “ertontodermovil”. No llego a entender qué momento va a recordar, si antes no lo vive porque ha estado pendiente del cacharro.

Que señores y señoras vestidos adecuadamente para los días que se conmemoran y abonados a las sillas de la Carrera Oficial y crean que sus malcriados hijos sean competencia del resto de abonados de la zona y después dejen su espacio como un estercolero, a pesar de las bolsas que reparte el Consejo de Cofradías, sólo confirma el refranero español: “la mona, aunque se vista de seda, mona se queda”.

El “rebanatobillos” antes conocido como “el carrito del niño”, el frustrado tenor que decide hacerse un “solo” justo al lado de tu oído para llamar la atención a sus compinches o las insaciables “loras” que devastan los campos de girasol para entretenerse mientras  viene el paso y dejan el piso de la calle como una alfombra de faquir para los pies descalzos de los nazarenos, son ejemplos que, aunque menores, deberíamos considerar.

La Semana Santa logra reunir a una muchedumbre que por distintos factores pretende disfrutar de la ciudad. Creyentes que rezan al paso de sus imágenes devotas, no creyentes que se embelesan por el sentido artístico de las cofradías en el decorado urbano. Otros que recuerdan tiempos vividos con familiares ya desaparecidos.

La gran virtud de nuestra Semana Mayor es que, gracias a ella, el espacio público de la calle se convierte en un foro donde es posible la convivencia de todos. Un terreno en el que comprendemos, al fin, que sin ser de nadie, es de todos. Eso pensábamos la mayoría.

¿Qué ha pasado, por tanto, para que esa frágil línea se rompa? Una vez resuelto y digo bien, resuelto, el tema de la “Madrugá” tendríamos que ponernos a trabajar en cómo podemos recuperar ese espacio. No creo, sinceramente, que hayamos perdido la calle en favor de los cafres; más bien nos sentimos incómodos y no logramos comprender cómo otros la ocupan sin más.

No es cuestión de más policías: su actuación y la de las autoridades fueron ejemplares en esa fatídica noche. Es un tema de educación. La de los “ninis”, la de los “pijos” y también la nuestra.

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