Cartas a Nacho

Comienzo

Las palmas extendidas de las manos del Señor de la Oración en el Huerto irán empujando esta tarde a toda una forma de vivir...

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Las palmas extendidas de las manos del Señor de la Oración en el Huerto irán empujando esta tarde, en el viacrucis del Consejo de Cofradías hacia la Catedral, a toda una forma de vivir, a una Sevilla clásica que en este caso sí ha sabido adaptarse y reinventarse.

La Alameda, Vizcaíno, el extinto barbero y el muy vivo carbonero de la calle Parras, el malaje de la Resolana, la veintena de vecinos de aquel 154 de la calle Feria, el tentador obrador de pasteles que te hace pecar contra todas las dietas de adelgazamiento o la tasca poética-flamenca de la calle Relator, los interminables Jueves Santos, todos y cada uno de los ilusionistas del mercadillo del Jueves. Junto con “Montensión” hoy, esta tarde, ese “onnium” mercado de exquisiteces auténticas y no inventadas para guiris y pijas, también se engalanará de Jueves Santo. Todo el barrio de mi infancia y toda esta ciudadela de mi madurez se plantarán esta tarde en el centro de la fiesta central del ombligo del mundo.

Hoy la calle Feria es más calle Feria. Un barrio que se hizo centro pero que sigue siendo barrio. Mientras que otros desaparecen o se convierten en postal, la Alameda sobrevive porque se amoldó a estos tiempos. Siempre fue el barrio libre de la ciudad y esa identidad lo salvó y lo sigue haciendo.

En esta tarde, como en las del Jueves Santo, volverán a pasearse las mismas sombras en una calle parecida. Voces que se sorprenderán del trabajo de la vida. Que intentarán ver al niño inquieto y desafiante de ayer en el adulto domado y responsable de hoy.

Hoy, esta tarde, no hará falta entrar en este paraíso por la puerta de la Resolana. Un umbral que está entoldado desde hace mil años por los hermosos árboles de los “Altos colegios”. ¡Cómo sigue oliendo a tinta esa esquina! Pero la meta seguirá siendo la misma, la plaza de los Carros.

Este lunes que parece jueves verá colgarse por primera vez la medalla del Rosario a Nacho, el protagonista de estas cartas. Su corazón es morado y negro, pero estoy seguro de que en su alma habrá algo de terciopelo negro en un futuro próximo.

La calle Feria y la Alameda, el “soho” sevillano que permanentemente se reinventa, vieron hace cincuenta años a un niño con una enorme medalla colgada al cuello que iba de la mano de su orgulloso tío Manolo. El hombre que le enseñó a querer el barrio. Esta tarde no habrá nostalgia de otros tiempos, tampoco sombras; la calle Feria se volverá a encontrar cuando otro tío Manolo lleve también de la mano a su ahijado y éste, colgada de su alma, la medalla de Montesión.

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