Campillejos

Agosto

Cuando se aproxima el mes de agosto, todos los años, mi mente tiende a vagar en los recónditos recuerdos de la infancia. Y es que el mes de agosto hizo...

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Cuando se aproxima el mes de agosto, todos los años, mi mente tiende a vagar en los recónditos recuerdos de la infancia. Y es que el mes de agosto hizo de Jaén mi paraíso vacacional.


Un larguísimo convoy de vagones, con origen en Barcelona, discurría, siempre lento y con retraso, en dirección a la tierra de aquellos emigrantes que retornábamos, temporalmente, a visitar a los nuestros. Era un niño, de seis, siete u ocho años…  Visualizo la imagen y percibo aún los olores de aquellas fiambreras en las que, al menos en mi memoria, abundaban las tortillas de patatas y los filetes empanados. Luego la permanencia tantas horas entre aquellos habitáculos de sillones corridos e incómodos y los pasillos del ferrocarril, la consabida avería, las historias de los que nos acompañaban y las nuestras propias…  Y la noche en el tren, una interminable noche de sonidos ajenos y oscuridades insondables en el exterior y, de tanto en cuanto, las iluminación de aquellas paradas que, como un interminable rosario de estaciones, nos indicaban nombres de localidades con sonoridades ignotas para un niño como yo.


Luego Jaén, con su belleza andaluza, blanca y montañesa, se nos presentaba imponente con su castillo en la cresta. Era un paraíso, mi paraíso veraniego. Dos semanas, tres, quizá hasta un mes estábamos aquí. Las horas transcurrían lentas, como si el mundo no avanzara. En mis recuerdos de niño el calor no nos paralizaba. El sol de Agosto era alegría en las calles, sinónimo de vacaciones, juego y descanso. Las noches transformaban las puertas de las casas del barrio y sus plazas en un enorme ágora, dónde las gentes parlamentaban de cuestiones banales o transcendentales, según el día, la compañía o los sucesos.


Ahora Jaén se me transformó. Dejó de ser mi destino y se convirtió en mi punto de partida. El calor me paraliza. Las horas se pasan rápido, incluso los años pasan raudos. La gente no se sienta al caer la noche en aquellas puertas que tan grabadas tengo en mi memoria. Y, para colmo, son tantos y tantas los que ya no están entre nosotros… rostros que nos brindaron sus mejores palabras y sonrisas, su gracejo, sabios consejos o, como no, algunas reprimendas.


La vida continúa y aquella imagen del Jaén de mi memoria se desfiguró en gran medida. Pero hay algo que no ha cambiado en mi sentir personal. Jaén sigue siendo mi paraíso, a qué negarlo.

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