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Hablaba la semana pasada de algunas corrientes de opinión que nos presentaban como antagónicas las inversiones para la preservación y puesta en valor...

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Hablaba la semana pasada de algunas corrientes de opinión que nos presentaban como antagónicas las inversiones para la preservación y puesta en valor del patrimonio histórico-cultural y la debida atención a las necesidades socioeconómicas de los residentes en algunas zonas protegidas patrimonialmente.  Pues metido ya a valorar algunas corrientes de opinión, me voy a atrever a cuestionar otras que, aunque también son minoritarias, suelen resultar muy poco agradables por las cuestiones que ahora entraré a analizar. Un servidor, como otros tantos voluntarios que intentamos colaborar en la consecución de un mejor, con sencillas actuaciones en nuestros ámbitos más inmediatos, llevamos, en el mejor de los casos, muchos años a nuestras espaldas desarrollando labores solidarias y altruistas de diferente índole, o colaborando activamente en la generación de conciencia colectiva sobre cuestiones en las que creemos, con reivindicaciones, propuestas, etc., en temas que son de interés colectivo y que, entiendo, merecemos un mínimo respeto.


Y digo bien: respeto. No voy a recordar aquí, y menos en detalle, algunas situaciones absolutamente inverosímiles que,  tanto algunos compañeros de viaje como yo mismo, hemos  sufrido en nuestra trayectoria asociativa.  Pero si quiero reflexionar hoy, también en voz alta, sobre aquellos, y aquellas, que opinan de la acción de los demás con una cierta “ligereza”.


El problema en cuestión  surge cuando tras décadas de trabajo y a veces “como voz que clama en el desierto”, pero con una acción que siempre hemos tratado que sea coherente y continuada,  resulta que, de tanto en cuanto, surge alguna que otra voz que, no sin cierta soberbia, viene a cuestionar el trabajo voluntario de decenas de personas y años  porque, entiende, no se hizo bien y faltó tal o cual ingrediente que hizo que nuestra labor no solucionara los problemas de raíz. Que sí, que nuestra labor es impagable pero que no lo hemos sabido hacer… que nos faltó contar con tales sectores de la sociedad…. que no tuvimos en cuenta el aspecto social del patrimonio… que no supimos reivindicar de forma más tajante… y que, todo ello, nos llevó a no conseguir la resolución a todos los problemas sobre los que llevamos años y años trabajando.


Estas opiniones, cuando se realizan sobre labores que son remuneradas, pues pueden tener toda la lógica del mundo. Pero cuando estas opiniones (minoritarias, ya digo), se realizan sobre una labor altruista, donde lo único que reciben las personas voluntarias como contraprestación es la satisfacción de saberse útiles a la sociedad, o al menos intentar serlo, pues, la verdad, pueden hacer mucho daño según cómo se planteen.  Yo siempre he venido trasladando a mis compañeros el mismo razonamiento, que vendría a ser algo así: “Por supuesto que nos equivocamos, damos lo que tenemos y podemos. Quien sepa hacerlo mejor que lo haga. Pero mientras se decide y lo demuestra, sigamos nosotros con la tarea, que queda mucho trabajo por delante”.

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