El jardín de Bomarzo

Carrusel de listas

El tiovivo es una atracción de feria que consiste, como todo el mundo conoce, en una plataforma giratoria sobre la que hay animales y vehículos de juguete donde montarse al objeto de girar, todo al son de una música sonora y estridente

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“Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia”. Blade Runner, de Ridley Scott.

El tiovivo es una atracción de feria que consiste, como todo el mundo conoce, en una plataforma giratoria sobre la que hay animales y vehículos de juguete donde montarse al objeto de girar, todo al son de una música sonora y estridente. Puedes hacerlo en moto de carreras, en Vespa a lo Vacaciones en Roma, en microbús donde entran hasta cuatro, en coches de bomberos con campanilla dándole al claxon y moviendo el volante como si condujeras hacia alguna parte, que no es el caso; puedes ir en avioncitos que suben y bajan y suben y bajan y, si eres certero, golpeas balones de colores cuyo rebote dan a los de atrás y ríes y ríes cuando eso pasa. El lugar estrella, no obstante, suele ser el corcel, caballo blanco o negro, majestuoso, que sube y baja y cuyas crines al viento pétreas sobre musculoso cuello le otorgan al jinete rango de mando en la zona, barra fálica incluso erotizando la estampa. Todos saben que lo importante, en todo caso, es permanecer en el carrusel, no perder la plaza porque, una vez caído, resulta casi imposible volver a subir.

Las listas. En política se puede ser simpatizante indeciso, fiel, militante pasivo, activo de los que se mojan en campaña porque aspiran a crecer y, cuando eso pasa, integrar candidaturas electorales aunque sea de relleno, para más tarde ocupar algún puesto de los considerados de salida y, por encima de todos, candidato, que son las personas que encabezan las listas, que además de un papel que establece un orden numerado de turno y el femenino de listos es, añado, lo contrario a tontas. A la hora de ser posicionado en ellas importa, cómo no, la capacidad o valía personal de cada cual, pero sobre todo se manejan dos parámetros: la fuerza del liderazgo y que se mide, exactamente, en los votos que aporta su nombre y, no menos importante, la simpatía cultivada por él o ella con quienes deciden las listas, las de papel, que vienen a ser los jinetes de este mi tiovivo. Se genera mucha tensión interna porque todo el mundo, humano es, quiere estar lo más arriba posible pese a que públicamente se digan cosas al estilo de “…estoy a disposición de lo que mi partido diga”, “no tengo otra pretensión que el servicio a los ciudadanos desde donde corresponda…” y demás frases hechas, memeces en definitiva porque nadie se conforma viajando de pasajero en la trasera del coche de bomberos con la misión estúpida de hacer sonar la campanilla pudiendo pilotar un caza con metralleta chula. La política es el único oficio donde reconocerse ambicioso es un suicidio y, por tanto, lo conveniente es mostrarse humilde, fiel, recatado, pelín mediocre, aunque por dentro el sujeto en cuestión solo medite cómo derrocar al jinete, o amazona, sin que nadie se lo note. ¿O no?

Por tanto, las listas, esas de papel, resumen la situación orgánica interna de cada partido y cuando salen, como es el caso en estos días, suelen sentenciar a unos que poco atrás lo eran todo, elevan o limitan a otros, ensalzan y renuevan, también protegen a quienes, por una u otra razón, tienen deudas por cobrar -a otros, ni con deudas…-. Premian y castigan. No son asunto que interese al ciudadano, pero de ellas depende todo lo demás y en política, su confección lo son todo, de hecho hay expertos, muy listos, que tras toda una vida se mantienen girando en el carrusel porque han sabido ocupar todas las plazas posibles, hasta la del taquillero, al igual que expertas, listas, en su acepción de contrario a tontas, en el uso de la palabra suave sobre el oído exacto como método de trepar cual enredadera sobre tupido brezo –no hay cosa que guste más a un político que oír  alabada por boca ajena su prosa, su hábil estrategia, su bonita corbata…-. En fin.

Los congresos. El que acaba es año electoral, de hecho comenzó con  las autonómicas, prosiguió con municipales y terminará con generales. 2016 será, por tanto, año de congresos, que son los cónclaves políticos que miden los poderes internos de cada partido. Habrá congresos nacionales, autonómicos y provinciales, en los cuales los líderes necesitan refrendar su condición con el máximo apoyo posible. No todos los partidos funcionan igual, pero su realidad es parecida. Unos se camuflan más de demócratas que otros pero, no lo dude nadie, al final la idea es la misma y es sumar apoyos para obtener poder y repartirlo a dedo. Con matices, pero punto. En los congresos se dan cita los llamados cabreados, que son aquellos que no obtuvieron plaza en el tiovivo o que la obtenida no era acorde, opinan, con su rango, ante lo cual solo les queda sumar a otros cabreados en la idea de asaltar el caballo para poner a otro jinete y, de lograrlo, establecer un nuevo orden de reparto en la rueda.

Nadie se baja del tiovivo por voluntad propia. Nadie. Por mucho que unos digan que han consultado con fulanito o menganito y que han decidido esto o aquello, otros afirmen que se apartan para propiciar un proceso natural de renovación, conveniente, que si estaban mareados, que… Leches. Nadie deja la política institucional porque es apasionante, divertida, está en general bastante bien pagada, ofrece indudables privilegios, consideración social pese al esfuerzo que muchos hacen para lo contrario, no hay demasiada presión laboral, ni posibilidad de quiebra. Obtener plaza cómoda en la rueda por cuatro años provoca, me imagino, suspiros solo comparables en intensidad a esos otros. Perderla es convertirse, nada menos, que en un ciudadano más. O sea…

20D. La provincia de Cádiz recupera el diputado que perdió hace cuatro años en favor de Jaén y, en consecuencia, el próximo veinte de diciembre elegirá a nueve diputados nacionales entre las listas, de papel, que ya han sido presentadas por las diferentes formaciones políticas. Algunos, muy habitual, repetirán una vez más, para alegría de sus fieles y obedientes militancias. En 2011 los ocho elegidos fueron: Teófila Martínez, María Felicidad Rodríguez, Alfonso Candón, Aurelio Romero y José Ignacio Landaluce, por el PP (5), mientras que por el PSOE: Manuel Chaves –que ha hecho un enorme trabajo por esta provincia (já) y cuya dimisión forzada el pasado julio fue cubierta por Salvador de la Encina-, Mamen Sánchez y Paco Cabaña (3). De los 625.207 votos emitidos por Cádiz en 2011, el 47,06 por ciento fue para el PP y el 32,76 para el PSOE -para obtener el primer diputado hay que sumar casi 60.000 votos-; extrapolado a la situación actual y tras los recientes comicios se puede prever una posible victoria de PSOE (4), seguido de PP (3) y los dos restantes a repartir entre Ciudadanos (2/1) y, puede ser, Podemos (0/1). De ser así, los elegidos serían De la Encina, Miriam Alconchel, Juan Carlos Campos y Eva Foncubierta (PSOE); Teófila Martínez, María José García Pelayo y Alfonso Candón (PP); y Javier Cano y María Toledo (Ciudadanos) o Noelia Vera (Podemos).

Los salientes han ocupado durante cuatro años bancada azul o roja cumpliendo disciplina de voto, único requisito innegociable porque el partido les pone, el partido les quita –idéntico proceder selectivo entre PP y Podemos, todo a dedo-. No hay otra exigencia, como tampoco un balance sobre el fruto y el beneficio de su labor parlamentaria para la provincia que les vota y a quien representan. No se recuerda a ningún diputado nacional, nunca, aireado, encadenado, ofuscado, especialmente tenso al menos en defensa de asuntos básicos como la liberalización del peaje, la ejecución del tramo ferroviario Algeciras-Bobadilla, las necesarias mejoras de infraestructuras o la necesidad imperiosa de eficaces planes especiales de empleo sin que, a ser posible, se pierda el dinero en el camino... El pueblo vota lo que el partido pone y el partido propone en función a criterios como la afinidad política, el pago por deudas pendientes, el reparto de poderes territoriales o el amiguismo corporativo sin tener mucho en cuenta otros como la valía, el merecimiento, el oficio -no es justo generalizar, conste que no lo es-. El sistema permite que los partidos manejen el sistema, capicúa, desde el mismo origen y es a partir de la confección de las malditas listas, que son, insisto, además de lo contrario a tontas y el femenino de listos, esos papeles que enumeran a personas en espera de turno.

Bomarzo.

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