Ríos Rosas frente Rato

Cuando me preguntan por el bustillo de la plaza de España, contesto que es Ríos Rosas, don Antonio, y me apresuro a explicar que fue un paisano que en su momento encarnó tales cotas de honestidad en la política del XIX español que para hacerle justicia se necesitaría una estatua como el Moisés de Mi

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Cuando me preguntan por el bustillo de la plaza de España, contesto que es Ríos Rosas, don Antonio, y me apresuro a explicar que fue un paisano que en su momento encarnó tales cotas de honestidad en la política del XIX español que para hacerle justicia se necesitaría una estatua como el Moisés de Miguel Ángel, tan honrado fue. Añado que su probidad debería servir para denunciar a todos los que bastardean la actual democracia y, de paso, para correr a gorrazos a los zascandiles y bodoques que, salvo una docenilla, hicieron de lo público una pesebrera donde saciar su voracidad sin tasa, por no hablar de unos próceres cada vez más ágrafos, con más nombre que sustancia, evasores de impuestos, tuercebotas tan distantes del pueblo que ya ni siquiera ven que no hay día sin un Rato camino del calabozo.

Pablo Iglesias entregó al rey una colección de “Juego de Tronos” ―casi 90 euros de pelis― cuando hubiera podido conseguir mucho más regalándole una biografía de Ríos Rosas. Leyendo sobre la honradez sin tacha de don Antonio, puede que Europa entera se hubiera enterado de que hubo un tiempo, una vez, no hace tanto, en que algunos políticos no robaban ni fusilaban a golpe de austeridad. Ríos Rosas fue el más cabal y, por ello, el más olvidado.

El personal ya no traga con el mantra de que los políticos corruptos son minoría. Que quede algún despistado que no trinque es cuestión de azar o consecuencia de una investigación mal dirigida, pues en cuanto se hurga un poco, asoma un Bárcenas poniendo el cazo o un jeta pagando a golpe de tarjeta black los gayumbos del querido.

La juventud de Espronceda y Larra ―sobre todo cuando regala “Juego de Tronos”― debería pillar guadaña y no dejar norma o resquicio legal que consienta a los servidores públicos servirse de lo que es de todos en beneficio propio y de sus familias. Igual de reprobable es que el señor Meyer (IU) colocara en la Junta a su hija porque “valía mucho”, y no lo dudo, que el señor Chaves (PSOE) pasara, dicen, una ayuda millonaria a la empresa para la que trabajaba su hija, o que la ex de Rato vaya de jefa de los Paradores Nacionales, por no hablar de los méritos de nuestro ministro de Economía, gangoso requetepijo: el zorro al frente del gallinero. Del cómo se llega a comer del ayuntamiento sin pasar por las urnas mejor no hablamos, aunque guarda relación con el uso de la lengua.

Ciertos detalles de la vida de Ríos Rosas se me escapan, pero aún así bien sé lo que no fue. No fue Rodrigo Rato, no fue Trillo ni socio de la saga de los Pujol, ni un ardiente Monago volando con cargo al Senado. Tampoco fue amigo de juergas o romanticismos con tufo a pan y circo, y mucho menos asfaltó los caminos del lobby bodeguero.

Diputado, miembro del Consejo Real, ministro de Gobernación, contrario a Espartero y Narváez, miembro de la Academia de Jurisprudencia, embajador en Roma, presidente del Congreso y del Ateneo de Madrid, con letra en la RAE, desterrado en Canarias por no ceder ante el espolio de lo público, consejero de Estado, constitucionalista… Orador sagaz y lector impenitente, lo que más llama la atención es que un ministro de derechas como don Antonio pudiera permitirse el lujo de pasear por el Madrid más pobre y más castizo sin escolta, tal vez porque todos lo identificaban con la honradez más cabal. Igualito que Rato saliendo de casa.

Monárquico, gozó de la estima y el respeto de los republicanos; fiel a sus ideas, dejó al morir por toda “fortuna” seis duros de plata, que fue todo el capital que encontraron en la mesilla de noche. Seis duros, Rato, seis duros, Pujol, seis duros, Felipe, seis duros, José María… Eso fue todo cuanto sacó de su paso por los más altos honores del Estado el personaje que nos observa, para vergüenza de todos, desde una peanilla de la plaza de España.

Y cierro, que ya vale, diciendo que lo único que les pediría a los que pretenden gobernar nuestra ciudad los próximos años es el juramento de los seis duros. Mano en el pecho. Mirando la barbita de don Antonio. A que no hay huevos… Ni ovarios.

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