El concejal Carreño y la marquesa

Definitivamente: hay dos ciudades en una. Por un lado, está la Ronda de las purpurinas, de los discursos más o menos trufados de saludas interminables entre el asentimiento de los ilustrísimos e ilustrísimas que este año —como todos— también arroparon en su pregón al nieto de Antonio Ordóñez, del qu

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Definitivamente: hay dos ciudades en una. Por un lado, está la Ronda de las purpurinas, de los discursos más o menos trufados de saludas interminables entre el asentimiento de los ilustrísimos e ilustrísimas que este año —como todos— también arroparon en su pregón al nieto de Antonio Ordóñez, del que se han dicho maravillas, pero que yo, comparándolo con los pregones de veces anteriores, pues mire usted, callo y me quedo con la guitarra.

Alejada de la casquería impresa y de las risitas fingidas está la Ronda auténtica de la bandera y los discursos de Infante, que es la que a estas horas, mientras escribo el articulillo, anda encadenada a las puertas de lo que queda del colegio El Castillo: edificio abandonado a su suerte sobre el que revolotean buitres de chaqué y talonario que quisieran verlo convertido en hotelazo 5 estrellas. Amenaza con venirse abajo por alguno de sus costados, sobre todo por los muros que se asoman al Barrio, pero no importa.

El inmueble pertenece a la Fundación Moctezuma, mustia e ignorada, en la que más pareciera que sus patronos se hubiesen olvidado de los compromisos que los obligan a velar por el legado de la marquesa de Moctezuma, María Teresa Holgado, que quiso que con sus herencias se asentara una institución para auxilio de los más pobres: colegio, monte de piedad, asilo y otras caridades de las que procuran eternidad dulce y llevadera.

Si bien todos los que mandan en la fundación tienen obligaciones, a mí se me antoja que el más vigilante debería ser el Ayuntamiento, que tal vez tendría que hacer valer su voto mucho más de lo que hasta ahora lo hizo. Algún alcalde o alcaldesa tiene que ahuyentar al cortejo de buitres recordando el uso —perpetuo— para el que se erigió el edificio, pues ni en testamento ni escrituras aparece la palabra hotel, que es lo que, al parecer, algunos quieren hacer de El Castillo.

En fin, que amarrados con cadenillas y candados del tipo Lince, un grupo de rondeños capitaneados por el concejal de IU, Álvaro Carreño, se exponen al público envueltos en la bandera de Andalucía por ver de conseguir que los prolegómenos de la Feria de Pedro Romero sean algo más que un desfile de muselinas y corbatas Carrascal y lino crudo y pregones ególatras —¡tan huecos ellos!— y dibujitos yeyé. Para denunciar, diré, que entre tanta vaselina con los que mandan, lo único cierto es que la juventud toda y media Ronda lo están pasando de pura pena.

Que no era el momento de numeritos, que si eran nueve solo, dice la alcaldesa. Que si el protocolo, que si leche, que si habas… ¿Cuándo entonces? ¿Cuando usted lo diga? Usted sabe, como lo sabemos todos, que o bien la tropa de Carreño se encadena ahora que está Ronda que lo peta de periodistas o aquí no se entera nadie de los enjuagues inmobiliarios que al parecer sobrevuelan El Castillo a la espera de un descuido notarial. Además, cuando se dice “los nueve de siempre” para desacreditar al contrario, todos deberíamos preguntarnos por qué hay tanto paro, tanta podre y al tiempo tanto miedo a significarse y decir lo que se piensa. Aplauso bobo y la risita rastrera.

Pongo la tele y lo están dando en directo. Álvaro Carreño encadenado responde bien a la reportera y canta las cuarenta a la alcaldesa pidiendo que en vez de embestirle por el uso de cadenas, que explique ante España entera qué pasó con los 10 millones que se fueron en humo cuando la cosa del campo de fútbol y el boquete que ahora quieren encasquetar a Marín Lara en solitario cuando fueron tantos —y tantas— los que bailaron el tango…

Concejal de verbo claro, Carreño cada día es más visible. Me cae bien. Lo noto en plan Marinaleda —educado, eso sí— y le auguro recorrido político, aunque solo sea por habernos dicho que además del pregón y la Vuelta está el abandono —¿deliberado?— de El Castillo. Los que reclaman el uso social y cultural del edificio solo ponen voz a la memoria de María Teresa Holgado. C’est la vie: comunistas custodiando las últimas voluntades de una marquesa…

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