Arcos

En vacaciones

"Desde los cuerpos al sol hasta las alpargatas que nunca hubiéramos usado en un sábado por la noche, campean a sus anchas"

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  • Ilustración de Jorkareli. -

El calor,cada verano y en latitudes como la nuestra, suele ser agente transformador de biorritmos. Junto a este fenómeno estival que nos suele hacer ´sudar´ por los cuatro costados, vienen anejas otras virtudes inherentes a la estación y que dan lugar al disfrute, relax, cambio de aire o simplemente, cual lagartos, solazarnos en un gesto de abandono y mandíbula abierta de sesteos a la espera que el inclemente astro vaya decayendo en el horizonte.
En vacaciones solemos alcanzar el grado más alto de despreocupación y sosiego en un merecido descanso de todas aquellas rutinas, preocupaciones, actividades y mecánicas vitales tan necesarias en la programática y a veces asfixiante forma de vida que llevamos.
Es el tiempo vacacional en el que la algarabía infantil se hace más patente, la vida toma el pulso a la sonrisa y en el que la tensión arterial se acelera ante la desnudez de todas las imposturas. Desde los cuerpos al sol hasta las alpargatas que nunca hubiéramos usado en un sábado por la noche, campean a sus anchas. La informalidad se adueña de las calles y las sombrillas hacen su agosto. Toda una explosión de color parece impregnar lo que de manera ineludible y sofocante nos hace más comunes, más cercanos, más humanos, envueltos, eso sí, en un manto de temperaturas y vientos que nos hacen recordar aquél dicho popular de que estamos entre dos mares: “la mare que parió al levante y la mare que parió al poniente”.
A veces las vacaciones sirven también para ocultar procesos, envolver en seda grandes decisiones, disimular nombramientos y usar el asueto del personal para recetar acuerdos. Un tiempo en la que conciencia abarrotada, como no puede ser de otra manera en el resto del año, se libra de la inclemencia continuada de los grandes y pequeños acontecimientos que marcan nuestra convivencia.
Pero no conviene olvidar aquellas otras vacaciones obligadas por la necesidad continuada,la escasez, las que no tienen piscina, ni playa, ni medios para llegar hasta ella. Esas vacaciones inclementes, simpáticas por temporada, pero antipáticas por derecho propio en la ausencia del mismo, alimentado por la complacencia de quienes no quieren ver que aún, en nuestro país, provincia y ciudad, son muchos los que deberán soportar al astro rey, sin tener más que un paño que enjuague el sudor de su frente. El mismo sudor, en otro momento producto del trabajo que aún siguen sin tener.
Como cada realidad aparente, todo tiene su doble cara.
Si los puntos cardinales forman un todo orientativo en la geografía descriptiva del territorio, bien es verdad que no se podrá entender el norte sin el sur y que los vientos, en su discrecionalidad, toman científica o caprichosamente rumbos tendentes a recorrer grandes extensiones, indiferentes a qué se cuece en cada uno de los polos magnéticos.
Pero el sol brilla para todos. Es el mismo calor. Es la misma necesidad de descanso la que nos induce a bajar aquél biorritmo estival y hacer de nuestros pasos un gesto casi involuntario de ahorro energético. Muchos desearían acelerarlo, aunque eso supusiera un doble gasto calórico. 
Bueno sería mantener en vacaciones aquella mínima conciencia solidaria y reclamar aquél estipendio social que demandamos el resto del año, exigiendo que no se aproveche la ´huida´ para confabular presidencias, olvidar derechos o mitigar recortes de la tan cacareada y nunca admitida multa europea,asomando septiembre con la sorpresa propia de quienes no se enteran o no han querido enterarse.
El verano, la estación que Vivaldi diferenciara de las otras tres de manera tan magistral,y estación de las moscas “inevitables, golosas, vulgares, perseguidas por amor a lo que vuela”, a las que en este caso sí revitalizara Serrat, no deja de ser un tiempo de espejismos en el que el volar y molestar con impertinencia de insecto y majestad de águila, podría ayudarnos al reencuentro con nuestra verdad. Y la de los otros.

 

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