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El Muro

"Todo lo contrario pasa en aquellos credos, religiones, teorías sociales y dogmas, cuyos postulados humanos, lejos de lo divino, pretenden confundir la velocidad con el tocino. Derribar ese último muro sería el objeto. El sujeto: el ser individual"

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  • Ilustración -

Se iniciaban los años ochenta. Era el último de los setenta, cuando el genio de uno de los grupos musicales más importantes del siglo XX ofrecía al mundo una pieza que dejaba una huella indeleble hasta nuestros días. El grupo, Pink Floyd. La pieza musical, El Muro.
Esta obra, compuesta por Roger Waters, hablaba de la incomunicación y de la soledad, expresados a través de la metáfora de un muro construido entre la banda  y el público, parafraseando de forma singular la separación que se produce en muchas ocasiones entre la intención y contenido del arte y el espectador.
Dos décadas antes se construía otro muro bien distinto. Fue llamado El Muro de la Vergüenza, separando familias, formas de pensamiento y sociedades delimitadas esta vez por políticas de ideologías enfrentadas que, sin embardo, estarían destinadas a reencontrarse casi treinta años después. Nos referimos al muro de Berlín.
Hoy día siguen vigentes otros muros que separan, circunscriben o delimitan territorios, personas y culturas, como lo es la barrera  israelí con Cisjordania o la valla de Melilla, mostrando una vez más el afán secesionista de ciertas sociedades o colectivos ante una sola realidad.
Existe el Muro como colección de novelas cortas de Jean Paul Sartre, el muro o pájara que se produce por falta de glucógeno en el hígado o músculos, el muro de contención o el Muro de las Lamentaciones como resto del principal templo hebreo de Jerusalén. Por existir existe una banda de heavy metal con el nombre de Muro.
Muchos, quizá demasiados, son los muros que se levantan todavía. Muros de incomunicación, edad, clase social, cultura, idiosincrasia, pertenencia o no a grupos, religiones, países, razas, políticas, sexo… Muros de ignorancia.
Lejos de calificar formas de libre pensamiento, resulta manifiesto cómo las diferencias que nos convierten en seres unipersonales, asegurando la diversidad del colectivo y enriqueciendo el espectro humano que representamos, en ocasiones se convierte en el peor de nuestros enemigos.
Las sociedades avanzan cuando son capaces de aglutinar, en su variedad, todas las formas de pensamiento, libertad de acción y expresión. Máxime dentro del respeto al otro. Ya existe un karma personal sobre el acierto o equívoco de las decisiones a tomar que la vida nos plantea, como para asumir responsabilidades del infundio del de al lado.
Sin embargo, el muro persiste. Un muro que, como aquel de Berlín, produce vergüenza ajena cuando, mirando a nuestro alrededor, nos damos cuenta de la importancia que toma la ´vida de los otros´ - como el título de la película también alemana (2006) -  no tanto en su aspecto positivo, sino todo lo contrario, como objeto de comentario, burla, crítica o inclusión dentro del ´libro negro´ de lo comúnmente llamado buen proceder.
Son demasiadas las encrucijadas que presenta la vida a nivel personal, demasiadas las dificultades que por diferentes razones enredan el hilo de lo que debería ser una existencia feliz, para aún en un acto de inconsciente descalabro, ser tejedores de tramas urdidas por el propio miedo a la existencia. O lo que es lo mismo, el miedo a nuestra responsabilidad.
El miedo a la libertad como título literario, responde a la obra que escribiera Erich Fromm en 1941. Psicoanalista y psicólogo social, ya planteaba en dicho volumen la resistencia de la sociedad a la aceptación del individuo como entre primordial en la colectividad, así como el propio rechazo o miedo del individuo a abrirse camino en contra de los vientos y mareas del momento.
Abrirse camino en el entramado de la vida no siempre es fácil. Menos para quienes no gozan del favor de la Fortuna. Menos aún para los que consideran saber cuál es ´eje del mal´ o ´la cara oculta de la luna´, quienes por desgracia son, en muchas ocasiones, los que toman decisiones y acaban determinando aquellas vidas de los otros.
La tolerancia suele ser una receta apropiada en estos casos; mucho más reticente entre quienes falsamente alentados por la cruz de la verdad, convierten en cruzadas ciertas actitudes sociales y  personales destinadas a elaborar aquellas otras recetas carentes de toda garantía.
Hacer desaparecer la pantalla de lo supuestamente correcto, en la mayoría de los casos impuesta por los hombres, nos dejaría ver cuál es la proyección de la esencia.
Todo lo contrario pasa  en aquellos credos, religiones, teorías sociales y dogmas, cuyos postulados humanos, lejos de lo divino, pretenden confundir la velocidad con el tocino.
Derribar ese último muro sería el objeto. El sujeto: el ser individual.

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