El jardín de Bomarzo

El valor de lo estético

De entrada diré que en política valoro mucho a los feos porque si llegan a la cima no es por su bonita cara. Sería de estudio uno con el rostro de Pedro Sánchez y el fondo de armario neurológico de, por ejemplo, Rubalcaba

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  • SÁNCHEZ -

De entrada diré que en política valoro mucho a los feos porque si llegan a la cima no es por su bonita cara. Sería de estudio uno con el rostro de Pedro Sánchez y el fondo de armario neurológico de, por ejemplo, Rubalcaba. Debe ser que Dios, de participar, reparte suertes y a uno les dibuja perfiles selectos y a otros les añade extra de masa gris para que se parapeten tras los primeros y, de ser posible, manejen el valor de lo estético frente a una masa votante influenciada cada día antes por la imagen que por el contenido; quizás porque se habla mucho, pero se dice poco y es medio mentira. Escucho a veces decirlas con tanta naturalidad al estilo de “no vamos a participar en este proceso por el bien democrático interno del partido” y, hechizado, debo pellizcarme para no verme a lo Mogli cautivado ante la serpiente Kaa y sus coloreados ojos; es un arte eso de decir con contundencia, sin temblar, exactamente lo contrario a lo que haces y no verte afectado por esa cosa llamada remordimiento.

Juego de tronos. De las primeras preguntas que le hacen a Pedro Sánchez una vez vencido Madina es si se sentía algo así como el telonero de Susana Díaz, y es que hay periodistas con tino a la hora de elegir cuestión. Se salió como pudo, pero la imagen del lunes paseando camino a Ferraz con ella a su lado toda de rojo parecía, fantaseé meditabundo, a la del chico que va a clase el primer día de curso y le acompaña su tata porque quiere que no llore, que no se pelee con los otros niños, que no olvide los deberes y recordarle que se coma el bocadillo entero. Y el niño todo guapo y bien peinado tiene de momento voluntad de obedecer pero, gruñe, tal vez opine otra cosa sobre el llanto, pelear a puñetazos en el patio es muy de machotes, odia la manía sobre que le dicten deberes y, sobre todo, quiere elegir con qué acompañar el pan, mucho más en lo concerniente a eso de ser telonero por aquello de que todos los que se suben a un escenario lo hacen con la idea de ser el preferido del público, el más aplaudido y aclamado y, por supuesto, el que cierra el espectáculo. Nadie prefiere ser telonero salvo, quizás, quienes no se vea capaz de optar a otra cosa, ¿pero quién opina mal de sí mismo?

Este PSOE, que se pasa media vida en procesos internos y buscando avales, juega a tronos desde lo de Almunia, Borrell, Bono, Zapatero, Rubalcaba, con todos los barones de por medio que vienen a ser como esos reinos del norte o sur que a cambio de tierras y tributos aportan apoyos y soldadesca. El Partido Socialista, veremos si Sanchista, hoy en todo caso más bien Susanista, Obrero Español ha optado por la estética de la imagen por encima del valor del contenido, de la posición ideológica y del discurso político. El verbo de Pedro Sánchez no enamora a casi nadie, esa es la verdad, pero le ven un muchacho muy presentable con discurso moderado que al partido pueda hacerle remontar el vuelo, seguir siendo referente de la izquierda sin, como dice él mismo, abandonar el centro -¿…?-, nutrirse de lo que pierda el PP porque el equipo azul no está para presumir y hacerlo bajo la tutela de una Susana Díaz que, por su parte, no estará en la ejecutiva porque eso sería aceptar un sillón menor y para el hueco piensa en Mario Jiménez, que en Andalucía está que echa humo y necesita salir y, además, es el más adecuado para esa función a pesar de que la relación entre ambos no es buena, todo lo contrario, y más si se valoran destacadas ausencias en acto social íntimo muy reciente del moguereño; quien lo haga, que no yo porque para nada cotilla… –Griñán sí estuvo (já)-.

El PSOE ha optado por un modelo transitorio, me parece, con aromas de momentáneo, tal vez no, amable, tras el cual enfila el aparato encabezado por esta joven presidenta de la Junta que está demostrando una agilidad e inteligencia orgánica muy por encima de la media, sobre todo porque cuando se topa con un obstáculo lo sortea rauda y en seguida vuelve a coger el camino. Es cierto que aún no se ha cruzado con un toro fiero y habrá que ver entonces cómo maneja la siniestra, pero hasta la fecha su trayecto es de casi diez. Y a Díaz se le ha metido en el entrecejo ser la nueva líder del PSOE en España y a por ello va, decidida, usando todo lo que tiene y cuadrando la serie por capítulos en su cabeza hasta que, al final, ocupe el trono de hierro –voy por la tercera temporada…, se nota-. El PP, que para todo esto es mucho más soso, pero mucho más, se lo está poniendo fácil en Andalucía, donde la presidenta de la Junta, políticamente, sestea ante una oposición que transita entre educada, moderada, amable y pija y, ante eso, se lima las uñas al tiempo que sonríe y urde ideas. En todo caso, el problema hoy lo tiene a la izquierda.

El PP y los otros. La izquierda se renueva. La elección de Sánchez, la irrupción de Susana Díaz, la sustitución de Antonio Maíllo por Valderas en Andalucía, la, pudiera ser, de Alberto Garzón por Cayo Lara en España o la aparición en escena de Pablo Iglesias y Podemos está removiendo los cimientos de la izquierda, de esa misma que hoy debate sus liderazgos. El PP ensalza constantemente a Podemos y una de dos: o está senil, que no es descartable del todo, o lo contrario y dándole protagonismo a Iglesias y a su Podemos debilita a los otros dos, disgrega a la izquierda en grupos para que se vean obligados a pactar entre sí. Y a ver cómo digiere el votante del PSOE la posibilidad de gobernar con Podemos. El PP está solo en su bando y, por tanto, se lo juega todo a cara o cruz, lo cual puede ser tan bueno como malo.

Así veo la escena este final de julio que cierra ciclo antes de que llegue agosto, que lo parará todo hasta desembocar en septiembre y, con él, el inicio de los fuegos de artificio ante los finales de legislatura. Todo muy revuelto, unos jugando a tronos, otros barnizando su imagen y apostando por el valor de lo estético y del brillo, pocos valorando el discurso político porque la gente ha dejado de escuchar, con razón, y muchos inquietos porque el voto del pueblo está dejando de ser previsible y eso viene mal a los de siempre. ¿Y el pueblo? Pues jodido y disperso, pero vitoreando al Rey.

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